Vivimos en un mundo de sombras. Creadas por nosotros. Vivimos prisioneros de las nuestras y de las de los otros. Y sin embargo, vivimos ciegos a ellas. Vivimos sin querer verlas. Sin querer reconocerlas. Sin querer quererlas.
Y somos tan ilusos que creemos que no queriendo verlas y no queriendo reconocerlas, desaparecerán. A veces, incluso, somos tan ingenuos o tan inconscientes, que ni siquiera sabemos de su existencia, creyendo que vivimos en un mundo de luz y de fantasía.
Y si embargo, cada paso que damos, cada palabra que pronunciamos, cada movimiento que hacemos, cada sentimiento y cada emoción que tenemos, está teñida de sombra. Está gobernado por ellas.
Ellas dominan nuestra realidad. Nuestra forma de entender y de acercarnos al mundo. Ellas tiñen nuestro entendimiento y nuestra realidad, y nosotros ni siquiera acertamos a comprender la magnitud de su dominio.
Vivimos a oscuras. A oscuras de nosotros mismos y de los demás. Miramos sin ver y escuchamos sin oír. Cerramos los ojos a nuestra intuición y a nuestro corazón, y ahí está la sombra.
Esa sombra alargada que nos hace ser quienes somos. Que nos configura y nos hace presentarnos al mundo de una determinada forma, con una determinada cantidad de amor por nosotros mismos y por los demás. Con una determinada forma de querer. Con una determinada expresión de luz. Y todo, se lo debemos a nuestra sombra.
A esa sombra de la que huimos como si fuera nuestra feroz enemiga. Como si fuera todo aquello que no queremos ser, pero que somos. Y en esa huida de nuestra sombra, nos perdemos a nosotros mismos y perdemos nuestra identidad, vagando así por el mundo, convertidos, paradójicamente, en aquello que no queremos ver y de aquello de lo que huimos...
...somos vagabundos de nosotros mismos...convertidos en sombras...
2 comentarios:
Si me permite un comentario sobre el final de su - como siempre - maravilloso texto.
Si la sombra nos configura como somos es debido precisamente a la luz. Huimos de nuestra forma porque nos presenta deformados e impersonales, porque nos inquieta, porque nos recuerda con impertinencia. Y cuando la sombra es del otro, casi siempre olvidamos la luz.
Precioso juego de imágenes.
Muchas gracias por su comentario, Carmen.
Precioso y con mucha verdad. Sí, cuando la sombra es del otro, casi siempre olvidamos la luz.
Sí, huimos de nuestra forma porque nos recuerda con impertinencia. Cierto.
Magnífico.
Muchísimas gracias.
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