domingo, 25 de mayo de 2008

El Fugitivo...o la maestría de la huída

Reconozco lo que soy. Soy un fugitivo. Durante toda mi vida, no he hecho más que huir. Lo reconozco ahora. Ahora que tengo casi cien años. Supongo que más vale tarde que nunca, ahora que, si lo hubiera reconocido antes...

Siempre pensé que era valiente. Que me enfrentaba a mi miedo. Que construía mi imagen de una manera adecuada. Que indagaba lo suficiente dentro de mí mismo. Pero...me equivocaba...

Aquello que yo suponía que era indagación...aquello que yo suponía que era valentía...aquello que yo suponía que era una construcción razonable de mi propia imagen...ocultaba, sin ningún lugar a dudas...una huída. Una gran y majestuosa...huída...

Ahora veo que...era fugitivo...desde siempre...tenía muchas herramientas para convertirme en un maestro de la huída, pero la mejor, la que más ayudó, fué, sin duda...aquél empeño en la construcción de mi imagen.

Construir mi imagen requería dividir el mundo que percibía en dos, lo que iba conmigo y lo que no iba conmigo. Y en aquella división, en el gérmen de la misma, estaba presente el fugitivo...lo que no iba conmigo...era el fugitivo el que hablaba...era el miedo...era...el que miraba...el que sentía...el que...

Todos ellos conspiraban contra la indagación de mí mismo. Contra la superación de mis límites. Contra todo mi yo. Lo que no iba conmigo...en aquella categoría entraba todo aquello que me suponía un reto, o un cambio, o un sentimiento incómodo, o un miedo atroz,...ahora, en la distancia, lo veo claro.

Asi que, héme aquí, ante vosotros, casi al final de mi vida. Confesando que..soy un gran fugitivo. Y que el orgullo que tenía de haber construído mi imagen, de haber dedicado mi vida a conocerme a mí mismo...se ha convertido en agonía. Necesito una vida más. Para poder volver a conocerme. Para poder volver a construir mi imagen. Pero esta vez, desde el lado oscuro de mí mismo...desde mi lado...fugitivo...

domingo, 11 de mayo de 2008

Dialogar con El Miedo

Nos educaron para ser seres sin miedo. Era algo que nos repetían casi desde que nacíamos. Nosotros no tenemos miedo. El que tiene miedo no pertenece a nuestro grupo. Así que, era necesario no tener miedo. El que tenía miedo lo ocultaba. Llegamos a ser maestros de la ocultación. Maestros de la simulación. Éramos sublimes en nuestras actuaciones. Sólo, para no estar solos.

Algunos nos dimos cuenta de que la simulación de la valentía, nos hacía...pequeños. Pequeños en el sentido de...ser manejables. Por la mayoría. El estómago se nos encogía y la congoja se apoderaba de nosotros. Muchos teníamos problemas crónicos. Pero...todo era soportable...con tal de simular ser...seres...sin miedo...

De repente, alguien dijo que él era cobarde. Que él tenía miedo. No aguantaba más. No quería seguir siendo...pequeño. Quería ser él. Con todo lo que implicaba. La expulsión del grupo. La inclusión en la categoría de...despreciable...tiene...mieeedo.

El grupo le excluyó en el acto. Fue desterrado y se marchó. Sólo. Con su miedo. Inmenso. Y estableció su campamento fuera de los límites del nuestro.

Al principio no se movía de la casa que había construído. Estaba allí todo el día. Sólo salía para tomar un poco el aire. Y luego, se concentraba en su cabaña. Pero, poco a poco, empezó a llegar cada vez más tarde. Hacía exploraciones, más allá de los límites que habíamos establecido nosotros como lo que conocíamos por "Nuestro Mundo". Simplemente pensar en qué podía haber detrás de esos límites y a qué se podría estar enfrentando, era algo aterrador. Pero, claro, sólo para él. Nosotros éramos "Sin Miedo". Dentro de "Nuestro Mundo".

Un día no fué a dormir. Tampoco fué al día siguiente. Ni al otro. Pasaron meses, antes de que lo volviéramos a ver. Y cuando volvió, creíamos ver otra persona. No era pequeño. Su presencia imponía. Tenía miles de heridas, pero llevaba la cabeza erguida y un brillo especial en los ojos. Se le notaba la presencia. Y el orgullo. De ser él mismo.

Nos reunimos a deliberar. Quizá debíamos hablar con él. A ver qué había fuera de "Nuestro Mundo". Qué era lo que le había cambiado. Qué había tomado para ganar tanta presencia...Los jefes nos dijeron que no se podía hablar con él. Que él no existía. Que nosotros éramos Sin Miedo y debíamos permanecer dentro de Nuestro Mundo. Todo aquél que desobedeciera, sería desterrado. Al igual que el otro. Y dejaría de existir...en Nuestro Mundo...

Muchos se guardaron sus opiniones. Sus deseos de hablar con el otro. Sus deseos de saber. Su Miedo. Algunos pocos decidimos plantarnos. Queríamos crecer. Fuimos expulsados. Fuimos a hablar con el otro.

Nos dijo...debéis estar sólos...con vosotros mismos...reconociendo vuestro inmenso Miedo...dejándole que se apodere de vosotros...y cuando surja en toda su magnitud, debéis dialogar con él. Debéis pelear con él. Debéis haceros amigo de él, hasta que lleguéis a poder utilizarle. Como instrumento, como herramienta...será lo único que tengáis para...poder atravesar los límites de...Vuestro Mundo...

domingo, 4 de mayo de 2008

Reconstrucción

Llegó un día en el que tuvimos la necesidad de replegarnos dentro de nosotros mismos. Nos fuimos a lo más profundo. Lejos incluso de nosotros mismos. Lo necesitamos como el agua. No nos preguntéis por qué.

El caso es que, en aquel momento, corrimos a encerrarnos. Rompimos todo tipo de conexión con el exterior y nos encogimos dentro de nosotros mismos. Y nos tapamos con muchas mantas. Y nos alejamos de la luz. Y del sonido. Nos alejamos del mundo. Nos alejamos de los demás. Nos alejamos de nosotros mismos.

Sólo queríamos no ser. Sólo queríamos no estar. Sólo queríamos...no querer...no pensar...no sentir...no...

Y nos quedamos en nuestros escondrijos. Acurrucados y replegados dentro de nosotros mismos. A modo de caparazón. De coraza. A modo de...un no mundo...

Y así nos pasó un tiempo. No os sabría decir cuánto. La verdad, aunque fuera mucho, o aunque hubiera sido poco, la medida del mismo no fue importante. Lo importante fue la sensación de no ser. La sensación de no estar. Una sensación de paz. De felicidad. De comunión con el universo. No éramos nada y éramos todo.

Lo más sorprendente del asunto, fué, que después de pasado ese cierto tiempo que no sé mediros, volvimos a tener ganas de ser. Volvimos a tener ganas de estar. Y volvimos poco a poco a salir de nuestro caparazón, de nuestra coraza, de nuestro escondrijo. Volvimos a conectarnos con el exterior. A necesitar la luz. A necesitar el sonido. A necesitarnos los unos a los otros.

Y corrimos entonces al encuentro de los otros. Y al encuentro con nosotros mismos. Y en el encuentro, nos descubrimos distintos. Nos descubrimos...extraños...físicamente éramos los mismos, pero psíquicamente...algo había cambiado...

Nuestras percepciones. Nuestros sentimientos. Nuestros pensamientos, en unión de los otros, eran diferentes. Ellos también eran diferentes. Iguales pero distintos...

Profundizando en la naturaleza de la diferencia, nos dimos cuenta que ya no sufríamos por las mismas cosas. Que ya no nos afectaban las cosas que nos afectaban antes. Que habíamos superado, como diría, nuestros...límites...lo que antes nos afectaba, ahora nos hacía indiferentes. Lo que nos hacía daño, no nos molestaba. Y, lo más sorprendente de todo, empezamos a percibir miles de cosas nuevas.

Miles de otros, de reacciones de los otros, de reacciones de nosotros mismos, en relación con el mismo mundo de antes, que ahora estaban ahí y que antes ni siquiera sospechábamos...¿qué nos había pasado?. Nadie acertaba a emitir una opinión, no ya un juicio, hasta que alguien, un valiente, dijo en voz alta:...reconstrucción...