sábado, 23 de febrero de 2008

Desde el otro lado del mundo

Somos pocos. Pero somos más de uno. Estamos del otro lado del mundo. Unidos. Expectantes. Ansiosos. De que alguien más pase al otro lado. De que seamos más. Algunos llevamos poco tiempo. Otros llevan casi ya una vida. Pero todos somos uno. En el otro lado del mundo.

El día que descubrimos que había otro lado, algo se nos despertó en la mente. Y en el alma. Y empezamos a idear estrategias. Para ver cómo había que hacer para cruzar. Parecía interesante. Había que descubrirlo. Había que intentarlo. Qué era la vida sin eso...Nada...un pedazo de tiempo y espacio.

Por tanto, había que intentarlo. Dimos muchos pasos. Hacia delante. Hacia detrás. De lado. Con volteretas. Intentamos despegarnos del suelo. Ideamos mecanismos de elevación. Ideamos artefactos de precisión. Y todo eso...falló.

Porque el otro lado del mundo...estaba en nuestra mente. Sólo ahí existía. Y para llegar hasta allí, no podíamos hacerlo con artefactos. No podíamos hacerlo con ayuda exterior. Teníamos que ir al interior.

Al interior de nosotros mismos. Al interior de nuestra mente y de nuestra alma. El viaje parecía sencillo. Bastaba con concentrarse...pero no...una vez que empezaba el viaje interior, los minutos se convertían en horas y las horas en días y los días en años...porque el centro de nuestro interior estaba lejos y el camino era mucho más inhóspito de lo que nadie imaginaba.

Los comienzos son siempre sencillos. Éstos también lo fueron. Pero de repente, sin previo aviso, te encontrabas con una selva, virgen, con miles de animales salvajes...y furibundos. Cuando habías logrado sobrevivir a eso...llegaba el desierto abrasador, la soledad absoluta, que nos hacía gritar desde el fondo de nuestro estómago y de nuestra alma. Esto también pasaba, porque estábamos empeñados en llegar. Había que hacerlo. No había marcha atrás.

Y después de miles de selvas, de desiertos abrasadores, de mares de pesadillas, un día, sin más, llegamos al centro. Llegamos a la calma. Llegamos a...encontrarnos con nosotros mismos. En nuestro centro. En nuestro verdadero interior.

Y desde ese centro...había una puertecita...abierta...para ir...al...otro lado del...mundo...y ya sin miedo, y con la mirada al frente, dimos unos pasitos para cruzar...

Desde el otro lado del mundo...los hsien te saludan...

sábado, 2 de febrero de 2008

Los soñadores

Hubo un tiempo en que hubo muchos soñadores. Yo era una de ellos. Soñábamos con llegar lejos. Más allá de nuestros límites. Más allá de nuestro propio yo.

Soñábamos con volar. Con que hubiéramos llegado a tal control sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza, que sólo con concentrarnos y pensar que nuestros pies se levantaban del suelo, nos hacíamos ingrávidos y podíamos desplazarnos a voluntad. Con los ojos cerrados. Adonde nuestra imaginación y nuestra mente nos llevara.

Soñábamos con el poder. Con el poder bien entendido. Sobre nosotros mismos. Sobre la naturaleza. Soñábamos con la omnipotencia y la ubicuidad. En fin, soñábamos con la libertad. Con ser aquello que quisiéramos ser. Con lo que nuestra imaginación nos sugiriera. Y una vez imaginado, soñábamos que no tardaríamos ni un minuto en convertirnos en ello. Soñábamos también, por tanto, con el dominio del espacio y del tiempo.

Y sucedió entonces que la vida y las circunstancias nos pusieron en nuestro sitio. Sucedió que aquellos que no eran soñadores nos convirtieron en proscritos, porque les generábamos miedo. Y la única forma de controlar su miedo era generar miedo en nosotros. Nos cortaron las alas. Dijeron que éramos herejes. Que éramos brujos. Que éramos revolucionarios. Que éramos el gérmen del mal.

Y nosotros, como soñadores, creímos en la buena voluntad de la naturaleza humana. Creímos que con el diálogo, con la empatía, con la sinceridad, con las sonrisas, con la asertividad...llegaríamos a convencerles de que no éramos así. Que sólo debíamos mostrarnos más amables con ellos. Que frente a sus malos modos y sus ataques, utilizáramos la buena voluntad. Que era cuestión de tiempo. Era evidente.

Pero, como soñadores que éramos, olvidamos que en la naturaleza humana, a veces, no existe buena voluntad. Olvidamos que la naturaleza humana también es miedo. Que también es cobardía. Que existe el instinto de supervivencia. Y que el que se siente amenazado, puede atacar.

El ataque nos llegó por sorpresa, encontrándonos sumidos en nuestras reflexiones de buena voluntad. Y fuimos exterminados casi por completo. Muchos de nosotros murieron. Otros quedaron tocados de por vida. Esto es lo que pasa por soñar...hay que bajar la cabeza y acatar. La ley del miedo. La ley del silencio. La ley de...la muerte. Nos refugiamos en nuestras casas y nos dedicamos a tener una doble vida. Una vida exterior de siervo y una vida interior de...señor.

Hasta que no pudimos más. Y entonces nos hemos levantado. Nos hemos unido unos poquitos. Hemos creado redes. Y empezamos a alzar nuestra voz. Para que todos sepan que...el único señor de nuestra imaginación somos nosotros. El único señor de nuestros sueños somos nosotros. El único dueño de nosotros mismos, somos...nosotros mismos. Llegaremos a donde queramos llegar. Con el entrenamiento de nuestra imaginación y... de nuestra voluntad...Entre ser siervo y ser señor...de tí mismo...¿qué quieres elegir?...ten en cuenta que para lo segundo...es necesario...soñar...