lunes, 24 de diciembre de 2007

Los colonizados

Los colonizados son personas a las que los demás no han tratado bien. Son personas a las que alguien convenció de su ausencia de derechos. De su ausencia de libertad. De su ausencia de valor.

Generalmente les sucedió esto cuando eran niños, aunque algunos eran mayores cuando alguien les arrebató sus derechos. Cuando les colonizó, imponiendo su ley y su poder sobre cualquier resquicio de libertad. Y lo hizo con violencia. Con engaño. Con manipulación y...alevosía. Plenamente consciente de lo que hacía. Plenamente consciente del ejercicio de su poder.

A los colonizados, alguien no les explicó que las relaciones humanas son relaciones de poder y que es necesario un equilibrio para poder relacionarse de forma razonable. Y que ese equilibrio lo pueden romper los demás, a sabiendas, o lo pueden romper ellos mismos.

Tampoco nadie les explicó que los colonizadores tantean. Tantean sibilinamente hasta dónde pueden llegar. Tantean para averiguar los rincones del alma por donde colarse y por donde colonizar. Tantean el dolor y la culpa. Tantean la debilidad. Tantean el idealismo...y la falta de visión. Y por allí se cuelan. Y se hacen fuertes.

Tampoco nadie les explicó que a la realidad hay que mirarla de frente. Y que en esa realidad se encuentra el mal. Y se encuentran los colonizadores. Y que tienen que detectarlos. Y que tienen que luchar. Y que esa lucha, generalmente, si es un poco tarde, es a muerte. Porque si no, perderán su libertad y perderán su propia estima. Y entonces, quedarán a merced de los colonizadores.

Y éstos saben muy bien cómo manejar y cómo manipular. Para mantener su colonia. Para mantener su poder. Sobre sus víctimas.

Tampoco nadie les explicó que una vez colonizados, es difícil conquistar la libertad. Pero no es imposible. Para ello, hay que mirar de frente. Con valor. Con astucia. Sobre todo, sin victimismo. Para dejar de ser colonizado se requiere, casi, una única cosa. Dejar de ser víctima...para empezar a ser superviviente...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Los desertores

Muchos de nosotros hemos sido desertores. Desertores que quienes éramos. De quienes somos. De quienes estamos llamados a ser. Por miedo, por vergüenza, porque nos hicieron daño, porque hicimos daño, porque no tenemos voluntad,...

Y nos hemos puesto excusas. Las circunstancias, qué duras. Los demás, qué mal nos trataron. Nuestro pasado, que queremos olvidar. No sabes cómo soy,...

Lo que ninguno suponía es que desertar nos iba a pasar factura. Una factura mayor de la que podíamos ni siquiera imaginar. Suponíamos que desertando podríamos volver a empezar. Podríamos tener una vida normal. Una vida común. Una vida no singular.

Pero lo que encontramos fue...decepción, desintegración, ocultación, lamentaciones y...fracaso. No sabíamos que no podíamos desertar. Que el precio que pagaríamos era demasiado alto. No sabíamos que no se puede huir de quién es uno. Del que hemos sido y del que estamos llamados a ser.

Que vivir plenamente conlleva la obligación de mirar de frente a la realidad. Sin modelos aprehendidos. Sin modelos parentales. Sin modelos sociales. Sin modelos culturales. Que vivir plenamente y desertar son modelos antagónicos.

Muchos de nosotros nos dimos cuenta tarde. Para entonces, nuestra vida había transcurrido entre las tinieblas de nuestro yo. Habíamos malgastado las oportunidades y el tiempo se nos acababa. Las posibilidades de cambiar eran remotas. Pero aún así, las había y unos pocos decidimos que, aunque fueran nuestras últimas horas, trataríamos de confesar.

Confesar que habíamos sido desertores. Y nos entregamos al jurado. Compuesto por una sola persona. Nosotros mismos.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Olvidar el pasado

Hay algunos que tienen un pasado que les gustaría olvidar. Por las duras circunstancias. Por las terribles consecuencias. Porque fueron alguien que no quieren asumir. Porque fueron hombres colonizados. Porque fueron hombres colonizadores.

Muchos empiezan una nueva vida. Cambian de ropa, de ciudad...y de nombre. No se acuerdan de su familia ni de sus amigos. A toda costa necesitan olvidar. Hacen cambios en el exterior pero no tocan el interior. A lo más que llegan es a congelar sus pensamientos sobre el tema. Y en ese proceso de congelación, congelan también todo su ser.

La máxima es olvidar el pasado. A toda costa. Mirar hacia delante sin mirar hacia atrás. Y en esa máxima que encierra la promesa de un futuro mejor o de un futuro limpio, no detectan el veneno tóxico que realmente contiene.

Porque lo que eres hoy y lo que serás mañana está determinado por tu interpretación del pasado. Porque se necesita el pasado para llegar al presente y para construir el futuro. Tenemos pasado para aprender. Para comprender. Sobre todo, para crecer.

Pero para ello, no basta con haber tenido pasado. Es necesario pensarlo. Es necesario interpretarlo. Es necesario saber ver qué lecciones encierra. Para qué nos prepara. Y para qué no nos prepara.

Y para pensar el pasado, es necesario valor. Y es necesario voluntad. Valor para enfrentarse a lo que no nos gusta. A lo que nos hicieron. O a lo que hicimos. O a lo que no hicimos. O a lo que no nos hicieron. O dieron...Se necesita el valor para enfrentar el dolor.

Y es necesaria la voluntad para, después de enfrentarse al pasado, poder aprender de él. Y siempre, hay lecciones que aprender. De los malos pasados mucho más que de los buenos pasados. Porque los malos pasados encierran la promesa de los buenos futuros. Siempre.

El que huye, de su pasado, sin mirar atrás, quizá tenga un presente razonable. Pero será, casi siempre, a costa de un precio demasiado alto...algunos eso lo aprenderán en un corto espacio de tiempo, otros a lo mejor tardan un tiempo y una poquísima minoría no se enterará. Ese precio es...ser uno mismo...

"Si el pasado no tiene nada que decir al presente, la historia puede quedarse dormida, [...]" (El libro de los abrazos, Eduardo Galeano).