domingo, 8 de enero de 2017

En lo profundo

En lo profundo de cada uno de nosotros existe algo puro. Algo trascendente. Algo a lo que habitualmente no accedemos. Algo de lo que a veces, ni en toda nuestra vida, nos percatamos de que existe.

Pero existe. Más allá de los mecanismos y de los modelos. Más allá de las reacciones corporales de la emoción. Más allá de los prejuicios y de las creencias. Mucho más allá, existe algo puro.

Algo a lo que si dejamos que se manifieste nos asombra. Nos tranquiliza. Nos repara. Es ese algo que nos une con el misterio, con lo divino.

No es algo que debamos explicar ni algo debamos entender. Tampoco sentir. Es algo que podemos dejar que se manifieste. Con tiempo y con tranquilidad.

Y al manifestarse, todo tu universo cambia. Cambia la mirada sobre el mundo. Cambia la mirada sobre los otros. Cambia la mirada sobre tí mismo.

Porque más allá de tus dificultades y de tus miedos existe eso. Eso que es impermanente y que está siempre contigo. Eso que es puro y bello. Eso, a lo que si accedes, genera amor, genera compasión, genera entendimiento. Y sobre todo, genera paz.

Somos seres inmensos, trascendentes, profundos, que nos dejamos embaucar por nuestra corporalidad, por nuestra fisiología, por nuestros mecanismos. Y en ese embaucamiento se nos pasa el tiempo. Se nos pasa la vida. Nos confundimos y confundimos. Los principios y los fines. Los saberes. Los valores. Las habilidades.

Mientras, quizá, en lo profundo de nosotros, lo trascendente nuestro nos llama, lo divino que hay en nosotros nos llama. No se enfada. No se molesta. Sólo acepta. El tiempo de cada uno. Las formas de cada uno.

Lo bello sería que cada uno de nosotros pudiéramos en el tiempo de embaucamiento, descubrir lo profundo. Lo que nos hace iguales a todos y al universo. No como competición. No como habilidad. No como iluminación. Sólo como respiración, como aliento de vida. Como capacidad de discernir, de elegir y de estar en este mundo. Para vivir. Sólo vivir.

viernes, 25 de marzo de 2016

Excéntrica

De repente un día me dí cuenta de que había sido excéntrica durante toda mi vida.
No sé qué pasó.
Algo hizo clic dentro de mi cuerpo, y entonces, empecé a sentir.
Sentí mis piernas, mi pelvis, mis pulmones, mis latidos, mi corazón, mis ojos, mis brazos. Sentí vida dentro de mí.
Era una sensación curiosa. Nueva. Intensa. No con la intensidad de las experiencias que buscaba antes, una detrás de otra, no. Era una intensidad cálida, dulce, acompañante.
Miré mis dedos, mis manos. Abracé mi cuerpo. Toqué mi cara, mis labios. Toqué mis piernas, mi abdomen. Mi ombligo. Todo era nuevo para mí.
Era como si hubiera salido de un letargo, de una congelación.
Y entonces, me dí cuenta de que siempre había sido excéntrica.
Mi cuerpo y mi alma no habían estado encajados. Habían estado separados. Cruzados. Excéntricos. Y en esa excentricidad, se cortaba mi vida.
Había habido muchos intentos de reparación, pero nunca llegaron a término. Nunca habían conseguido hacer clic.
Hasta aquél día.
Y entonces, todo cambió.
Entonces, la vida se volvió de color. La vida se volvió intensa por sí sola. La vida se volvió luz. Y música. Y colores. La vida se volvió bella, de repente.
Donde antes había una enorme fuerza oscura, ahora había una enorme fuerza luminosa.
Ambas estaban. Cohabitaban. Se alimentaban la una a la otra. Y eso era bello.
Reflexionando sobre qué había podido desencadenar el clic, la respuesta llegó.
Había sido amar.

viernes, 24 de julio de 2015

Quebrada

Pasé años dormida. Pasé años escondida. Pasé años fuera de la vida. Y un día, de repente, volví.

Me parecía que podía vivir con plenitud. Me parecía que podía vivir como los demás. Me parecía que podía desbordarme de pasión. Y sin embargo, al pisar la realidad, me dí cuenta de mi propia realidad.

Estaba quebrada. Completamente quebrada.

Si algún día hubo una yo entera, ahora era una yo quebrada. En mil pedazos. En millones de pedazos.

Pedazos que a simple vista parecían unidos. Pero si los ponías a prueba, veías que no. Una rotura sutil era lo que los unía. En cada centímetro de mi yo. En cada milímetro de mi yo.

Estaba quebrada. Completa y enteramente quebrada. De la cabeza a los pies. Del alma al corazón. Del espíritu a lo inconsciente.

Perpleja y anonadada, dí entonces un paso atrás.

¿Cómo vivir con pasión cuando estás quebrada?

¿Cómo vivir, simplemente? ¿Cómo hacer que los pedazos en los que te has convertido funcionen como algo unido? ¿Cómo hacer para que soporten la vida? ¿Cómo hacer para que soporten la pasión, el atrevimiento, la energía vital?

Quizá había que introducir algo en esas roturas sutiles. Quizá había que dar un poco de tiempo. Quizá tenía que aprender, observar a los demás. Quizá tenía simplemente que esperar. O quizá tenía que encontrar a alguien que me ayudara. Alguien que me enseñara.

Dudé al principio, pero luego lo tuve claro.

Tenía que atreverme. A vivir quebrada. A que me inundara la energía vital. A probar qué se sentía cuando atravesara mis roturas, mis pedazos. Nada de más tiempo. Nada de observar. Nada de esperar. Nada de dejar la responsabilidad a otro.

Yo era yo y mis pedazos. Y mis roturas.

Y entonces, le dí paso al atrevimiento. A la entrega. A la energía. A pesar del riesgo de rotura. A pesar del miedo. A pesar de todo.

Entonces la realidad se adueñó de mí, y de mis pedazos, y de mis roturas. Y de alguna manera, no sé cómo, la realidad ejerció de sutura. Y desde entonces, vivo quebrada, y vivo, a la vez, entera.


domingo, 29 de julio de 2012

Castillos de naipes

Esta semana me dí cuenta de que dentro de nosotros existen muchos castillos de naipes.

Unos son tan altos que no terminas de ver nunca su final, mientras que otros apenas tienen dos alturas.

Pero todos ellos comparten algo. Todos ellos, juntos, nos conforman. Conforman nuestro carácter, nuestra personalidad, lo que nos permitimos y lo que no nos permitimos.

He necesitado muchos años para ver algunos de los míos, y estoy segura de que descubriré muchos más.

Es curioso, parece que por dentro estás hecha de roca, y de repente, cuando entra la luz, esa roca que te parecía tan pétrea, es solamente un castillo de naipes.

Un castillo que se derrumba casi, con sólo mirarlo, pero siempre que hayas entendido su estructura.

Unos están hechos de exigencia, otros están hechos de enfado y de rabia, otros de tensión y de resentimiento, otros de tristeza y de deseo, otros de victimismo y de control. Y todos ellos están unidos entre sí, pegados con el pegamento del dolor.

Asi que, para acceder a los castillos, es indispensable aceptar el dolor. No luchar contra él. Aceptarlo, dejarse vencer por muy grande que sea. Parece que durará siempre, pero no es así. Cuando crees que ya no soportarás más, entonces, de repente, un buen día, algo en tí ha cambiado, algo dentro de tí es diferente, y eso que es diferente, te abre la puerta.

Es una puerta interior, a miles de pasadizos y de subterráneos, a nuestra geografía subterránea. Y si prestamos atención, si estamos atentos, entonces, aparecerán nuestros castillos, nuestros mundos interiores.

Y ya sólo queda ver por dónde empezar, cuál fue el primero que se construyó, dónde empezó todo, cuáles nos gustan y cuáles no nos gustan. Qué señores habitan dentro, y a que tiranía nos someten, para a continuación, ver si queremos dibujar otro paisaje, si deseamos a esos señores interiores, o queremos sustituirlos.

Lo que sí tenemos que tener presente es que nunca, nunca, podemos destruirlos todos, porque en esencia, nuestra naturaleza es...un enorme conjunto de castillos de naipes...

lunes, 23 de julio de 2012

Secretos

Todos tenemos secretos.

Algunos lo sabemos y otros hemos hecho tanto esfuerzo por no verlos, que hemos acabado creyendo que no los tenemos.

Pero sí, todos tenemos secretos.

Se nos enroscan en el alma, en los pliegues de la piel, en el fondo del corazón, en los dedos.

Jugueteamos con ellos. Nos mentimos. Nos escondemos. Tratamos de tergiversarlos. Algunos para bien. Otros para mal.

Los convertimos en excusas a las que agarrarnos para no hacer, para no salir, para no vivir. Fíjate qué me pasó. Estoy mejor aquí dentro. Escondido. Escondida. A salvo. No vivo, pero no sufro. Me enrosco, me sigo enroscando. Me fundo con mi secreto, el secreto soy yo. El secreto es mi sombra. Y yo así, no vivo.

Los secretos nos pudren el alma, poco a poco, lentamente, sin que nosotros nos demos cuenta. A fuerza de no salir, se hacen fuertes, inmensos, omnipotentes. Se convierten en nuestros dueños y señores, y nosotros, en unas pobres marionetas destartaladas, cuyos secretos manejan sus hilos, sus emociones, sus pasiones y su no vida.

Yo no quiero que mis secretos me sigan robando mi vida. Quiero robarles la vida, la vida que me corresponde, la vida a la que tengo derecho.

Ya no les doy crédito, ya no les doy cobijo, ya no me enrosco en ellos, ni me escondo en ellos.

Los he dejado libres, les he abierto las puertas, y empiezan a escaparse por los poros de mi piel y por entre mis dedos.

Y así seguiré, hasta que no quede un resquicio de ellos.

Ya no tengo donde enroscarme, donde cobijarme, donde esconderme.

En su lugar, tengo un enorme espacio dentro de mí, para crecer y para vivir. Y ese espacio se lo debo, paradójicamente, a mis secretos…

domingo, 15 de julio de 2012

Vivir

Llevo días dándole vueltas a una pregunta, a una simple palabra de cinco letras, vivir, que encierra en ella el mayor de los misterios y el mayor de los milagros.¿Qué significa vivir?.

¿Que me levanto todos los días, que respiro, que duermo, que estoy despierta, que estoy dormida?.

No.

Vivir es mucho más que eso.

Vivir tiene que ver con abrazar el misterio. Con abrazar lo desconocido. Con abrazar de igual manera al dolor y al placer. A la felicidad y al caos. Al orden y al desconcierto.

Vivir tiene que ver con ir más allá de los límites conocidos. De aquellos que tú misma te pones y de aquellos que te ponen los demás.

Vivir tiene que ver con decir no. Vivir tiene que ver con decir sí.

Vivir tiene que ver con profundizar en tí mismo y darte cuenta de cómo el miedo y el dolor se hacen fuertes dentro de tí.

Vivir tiene que ver con enfrentar aquello que más miedo te da. Con plantar cara. Con darte cuenta de que tu historia, tus heridas, tus batallas, tus decepciones, tus ilusiones, y tus sueños, se alimentan de tí. Con darte cuenta de que eres la única que puedes decir basta.

Con identificar tu geografía subterránea y tu geografía aérea. Con dar pasos hacia la esperanza. Con querer ir siempre más allá.

Vivir tiene que ver con abrir tu corazón, tus oídos y tu mente. Con aceptar la realidad, con verla en su justa medida, sin trampa ni cartón.

Con mostrarte sin máscaras, sin roles, sin artificios.

Con pedir a los demás que se muestren sin máscaras, sin roles, sin artificios.

Con buscar espacios de crecimiento y de entendimiento. Con querer al otro tal y como es. Con quererte tú tal y como eres.

Con elaborar historias, y encontrar belleza en cada esquina. En cada punto de luz. En cada punto de oscuridad.

Con liberar la ternura que llevas dentro.

Con liberar a la niña que fuiste y está dentro de tí.

Con reír y con llorar. Con emocionarse. Con cantar y con volar.

Vivir no tiene que ver con enroscarse en el pasado, con esconderse dentro y allí adentro llorar, contando las heridas. Contando lo que no tuviste. Contando lo que no tienes. O sí, quién sabe, a eso he jugado también...

...lo único que yo sé, ahora, sobre vivir, es que es una palabra de cinco letras que encierra en sí misma, el mayor reto que tengo por delante, para que no ocurra, que, de repente, un día, me encuentre el sueño, y yo sienta que no hice todo lo que podía haber hecho...por vivir...

domingo, 8 de julio de 2012

De oscuridad y de misterio

Hay algo en la oscuridad que me fascina. Que me hace ir hacia ella, inconsciente.

Me llama. Y voy.

Y cada vez, la llamada es más fuerte. Más profunda.

Y yo voy, como si estuviera unida a ella por un hilo invisible.

En cada llamada, mi voluntad desaparece, envuelta en el misterio que le supongo a la oscuridad.

Y me convierto entonces en una marioneta. En una pequeña ilusa, que cree que va a encontrar las claves de la realidad, en esa oscuridad.

Saco mis herramientas de geógrafa, me calzo mi curiosidad, y me sumerjo a fondo en lo que esa llamada me proponga.

Algunas veces me he intentado resistir, pero siempre he terminado yendo. Siempre he terminado acudiendo.

Me puede mi naturaleza subterránea, y me puede mi curiosidad insaciable.

Y una vez que he acudido a la llamada, puedo pasarme días enteros allí, sumergida, a mil metros de cualquier realidad conocida. Pierdo las referencias y pierdo la noción del tiempo.

Quedo suspendida en una especie de duermevela, con todo mi ser enfocado en el afán de comprender y de entender. De descubrir. De encontrar una pieza más para mi cartografía de subterráneos.

Muchas veces vuelvo sin nada.

Pero otras veces...

Otras veces vengo cargada de mí, de mi propia oscuridad, y de mis propios misterios...

domingo, 1 de julio de 2012

De fuerza y de templanza

De fuerza y de templanza estamos hechos.

Y sin embargo, no lo sabemos.

Nos dedicamos a vagar por este mundo, creyéndonos frágiles y exquisitos. Nos dedicamos a protegernos de los demás, y sobre todo, a protegernos de nosotros mismos.

Nos hacemos ciegos. Nos hacemos sordos. Nos hacemos mudos. Levantamos muros. Levantamos barreras.

Y así, sordos, ciegos, mudos, tratamos de relacionarnos, construyendo un mundo de sombras, un mundo difícil y oscuro, donde predomina el miedo y el dolor. Y preferimos ese miedo y ese dolor, a retirar los muros. A bajar las barreras. A abrir los ojos y mirar.

Hacia dentro y hacia afuera.

Hacia dentro para descubrir nuestra fuerza y hacia afuera para descubrir a los demás.

Pero yo hace un tiempo que ya no juego más.

Yo abro los ojos para ver. Yo abro el corazón para sentir. Yo abro la mente para descubrir.

Mi fuerza y mi templanza. La fuerza de los demás y su templanza.

Y ahí estoy. Y ahí soy.

Sin más. Sin menos.

De fuerza y de templanza soy...

domingo, 24 de junio de 2012

El lugar donde nacen las palabras

Dentro de nosotros existe un lugar donde nacen las palabras.

No me pidáis que os diga dónde está, porque no lo sé. Sólo sé que existe.

Un lugar que proporciona equilibrio. Un lugar que te permite establecer una relación entre tu mundo y el mundo de los otros. Un lugar donde se cocinan a fuego lento las emociones, los sentimientos, el dolor y la felicidad.

A veces yo me escondo ahí. Adentro, muy adentro. Ahí me siento segura. Ahí siento que estoy en mi lugar.

A infinitos metros de la realidad. En mi geografía subterránea. En mis dominios. A donde sólo yo puedo llegar. Eso me protege de mí misma. También me protege de los demás.

Un lugar donde puedo enfrentar mi sombra. Donde puedo enfrentar mis miedos. Donde puedo enfrentar mi dolor. Un lugar donde convertirme en señora de mí misma, y desde ahí, salir al mundo. A la realidad. A la realidad de los otros.

Un lugar donde tejer mis experiencias, mis ilusiones y mis deseos. Donde darles forma. Donde me permito ser yo.

Me descubro, y descubro mis heridas. Me despojo de mis personajes y mis experiencias. Para simplemente estar. Para simplemente ser.

Y ahí, me quedo muchas veces acurrucada. Pierdo la noción del tiempo y del espacio. Y de dónde muchas veces me cuesta salir.

Porque a veces no hay conexión. A veces no hay nada entre mi yo el y el mundo. Permanezco suspendida en un lugar y un tiempo extraño, hasta que, de repente, algo toma forma, algo atraviesa mi ser, para manifestarse, a través de la palabra.

Eso es lo que pasa en el lugar donde nacen las palabras...

domingo, 15 de abril de 2012

Decepción

A veces las personas te decepcionan.

A veces, tú mismo te decepcionas.

Sin duda, es mucho peor lo segundo que lo primero. Porque si la decepción es grande, se rompe el vínculo existente. Y es posible vivir sin vínculos con los otros, pero no es posible vivir sin el vínculo contigo mismo.

Vivir sin un vínculo contigo es devastador. Porque todo lo que haces, todo lo que dices, todo lo que eres, se pierde por el camino. O lo vuelves contra tí. Te incapacita para vincularte con tu entorno y te incapacita para vincularte con los demás.

Buscas desesperadamente una forma de relación. Una forma de aceptación. Una forma de vivir, que no puedes conseguir. Simplemente, porque internamente has perdido el derecho a ello, convirtiéndote en un vagabundo errante que mendiga un poco de amor y un poco de compasión.

Te conviertes en extranjero de tí mismo. Sin rumbo. Sin mapas. Sin posibilidad de exploración.

Quedas a merced del desasosiego. De la desesperanza. Y a veces, del odio.

De un odio profundo hacia tí mismo que te destruye por dentro, cada día un poco más. Hasta que no queda nada de tí. Hasta que todo tu ser se convierte en algo negro, oscuro y profundo. Algo que deseas que desaparezca.

Y entonces te entregas al sueño y a la inconsciencia. Para no ver. Para no sentir. Para no ser. A veces, luchas durante un tiempo contra esa inconsciencia, contra ese no estar y no ser, pero casi siempre, sucumbes.

A veces, sales de tu duermevela, para avisar a otros. Para advertirles que no se rindan. Para decirles que luchen. Que son demasiado valiosos para entregarse a esa Señora Oscura llamada decepción.

Pero, claro, ¿cómo ser creíble, cuando tú, el que tratas de avisar, el que elabora el discurso para la lucha, es el primero que se ha convertido en...pura decepción?....

domingo, 1 de abril de 2012

El nivel del mar

Nosotros somos como el mar. Unas veces en calma. Otras agitados. En tormenta. A veces caprichosos. A veces dormidos.

Lo que más llama la atención del mar es su nivel. Un nivel que se altera de forma periódica. Puede ser sutil o puede ser evidente. Un nivel que esconde grandes profundidades. Grandes misterios.

Un nivel que muestra una apariencia. Una forma de ser. Un nivel que esconde el milagro de la vida. Un nivel que se agita y que a veces engulle todo lo que tiene a su paso.

Así somos nosotros. Somos una apariencia. Una forma de ser. Lo que de verdad somos está por debajo. En nuestras profundidades, insondables. Muchas veces, incómodas.

Queremos estar en calma, pero nos agitamos bajo nuestras emociones, bajo las influencias de los otros, de las circunstancias, de nosotros mismos.

Tenemos nuestros períodos de flujo y de reflujo. Nuestros períodos de calma. Nuestros ataques de furia, de rabia, de tristeza y de llanto.

Somos tan incomprensibles como el mar. Tan misteriosos como él. O ella. Porque, ¿quién ha dicho que el mar es masculino?.

Y tan parecidos somos, como diferentes. El mar no intenta profundizar sobre sí mismo. El mar no se escudriña por dentro. No se siente amenazado por el cielo, o por la tierra. Simplemente es. Simplemente está.

Nosotros no. Nos empeñamos en rebelarnos. Nos empeñamos en no querer ser. En no querer estar. En no aceptar nuestro nivel. Nosotros queremos más. Nosotros queremos explicaciones. Nosotros queremos dominar. Aunque sólo sea dominarnos a nosotros mismos.

Escapar de nuestros flujos y reflujos. Escapar a nuestras mareas. Inventamos batiscafos de profundidad. Inventamos barcos que surcan nuestras tormentas.

Y mientras escapamos, inventamos, profundizamos, navegamos...olvidamos que, en esencia, lo único que tendríamos que hacer es...aceptar nuestro nivel...que no es otro que...el nivel del mar...

domingo, 25 de marzo de 2012

Sin rumbo

Desde hace algún tiempo, navego sin rumbo.

No sé qué me pasó. No sé qué día pasó. Sólo sé, que desde hace algún tiempo, navego sin rumbo.

Es extraño, porque siempre me precié de saber cuál era el rumbo. De señalarlo a los demás y de dirigirme hacia allí.

Y sin embargo, ahora, me encuentro perdida. Me encuentro abatida en un mar de dudas y de confusión. En un mar de sentimientos revueltos, sin ton ni son. Y sólo acierto a preguntarme, ¿qué fue de aquella navegante que sabía adónde iba?. ¿Qué fue de su determinación y de su dirección?.

¿Qué ha pasado para que, de repente, un día, descubra que no tiene rumbo?.

Aquí estoy, perdida, asombrada, perpleja. Tratando de adaptarme a la nueva situación. Tratando de valorarla, de sopesarla, de experimentarla.

Después de todo, quizá, no sea tan malo. Después de todo, quizá, será que estaba acostumbrada a tener rumbo. ¿Y si de ahora en adelante lo único que tuviera fuera yo misma?. ¿Y si de ahora en adelante, en lugar de trabajar para un rumbo, disfrutara de mi ausencia de él?.

¿Serán estas preguntas un sin sentido consecuencia de mi falta de rumbo?. ¿O será que empiezo a entender que esta vida, quizá, sea una navegación...sin rumbo...?.

lunes, 19 de marzo de 2012

Cadenas

He luchado durante años por ser libre. Ser libre, para mí, lo es todo. He defendido con uñas y dientes mi libertad. O al menos, aquello que creía que era mi libertad.

Y después de tantos y tantos años luchando, acabo de descubrir que, aquello por lo que luchaba, no es más que un sucedáneo de libertad.

Estoy confusa y abatida. Estoy perpleja. Porque la libertad, la libertad por la que yo luché, no es más que un concepto. Un concepto.

Lo repito porque no doy crédito. Un concepto que sólo existe en mi cabeza. Algo racional. Algo que ni mi cuerpo ni mis emociones ni mi instinto reconocen.

He sido, hasta ahora, un almacén de palabras. De conceptos. Alguien que creía que era necesario luchar, en el exterior, por su libertad.

Pero ahora me doy cuenta de que hay algo evidente. Soy una prisionera. Una prisionera de mis emociones, de mi cuerpo, de mi instinto. De mi inconsciente y de mi subconsciente. Hasta de mis conceptos.

¿Cómo voy a hacer para que esos conceptos, valiosos, en los que creo, se transformen en algo verdadero?. ¿Como hacer que lleguen desde mi cerebro hasta la realidad, y la transformen?.

Ando perpleja y perdida, porque la lucha no es exterior. La lucha es interior. La lucha es con una misma. Para que las emociones dejen de aprisionarme. Para que mi subconsciente deje de perseguirme. Nunca nadie que luchó tanto por la libertad, fue nunca tan prisionera.

Las cadenas que llevo, invisibles hasta ahora para mí, seguramente eran visibles para muchos. Unas cadenas que ahora mismo no me sé quitar. Unas cadenas a las que me he acostumbrado tanto, que me ha costado muchos años darme cuenta de que estaban ahí. Y lo que es peor, es, que mientras gastaba energía para ser libre fuera, esa misma energía se empleaba en generar mayores cadenas.

Necesito reposo y espacio. Necesito tiempo. Prepararé la batalla con tiento. Daré hasta mi último aliento para romper todo lo que pueda, unas cadenas que no son otra cosa que yo...misma...

domingo, 11 de marzo de 2012

Aburrimiento

Nací aburrido. Es un hecho. Por más vueltas que le deis y por mucho que me insistáis, no hay manera. Soy aburrido. Y seré aburrido todo mi vida.

No es que no quiera cambiar. Es que me gusta ser así. Me gusta mirar el mundo desde la barrera. Me gusta estar sin hacer nada. Sin sentir nada. Sin comprometerme con nada. Ni con nadie. Ni siquiera conmigo mismo.

El único compromiso que mantengo es ser aburrido. Serlo hasta que me muera. Y procuraré morirme aburriéndome.

Me gusta levantarme y mirar esa cara de aburrido que tengo. Me gusta holgazanear con esa sensación de duermevela, en la que no estás ni demasiado despierto ni demasiado dormido. Un intermedio. Como toda mi vida. Un intermedio entre mi primera no-existencia y mi próxima muerte.

Si por mí fuera, estaría todo el día durmiendo. Pero claro, físicamente es imposible. Mi cuerpo se despierta, y yo no puedo imponer mi voluntad. Hago lo que puedo. Y eso que puedo es suficiente como para que en mi vida no haya sobresaltos.

No hay alegría, pero tampoco hay dolor. No hay amor, pero tampoco hay desamor. No hay riesgo. Sí hay felicidad. Una felicidad inmensa porque estoy seguro, casi completamente seguro, de que mi día de hoy será igual que el de mañana, y del de dentro de diez años también.

Y sobre todo, he tenido, tengo y tendré un compañero fiel y leal. Alguien que nunca me abandonará. Alguien que me llena de satisfacción y de orgullo, y alguien que me acompañará en todos y cada uno de los momentos en que yo vaya dejando de respirar.

¿Cuántos podéis decir lo mismo?...

domingo, 26 de febrero de 2012

Vagabunda

Nací y viví. Morí. Volví a nacer y volví a morir. En un continuum sin fin. Y en cada vida estaba dormida. En cada vida, vivía sin querer vivir, vivía sin querer experimentar.

No recordaba las vidas anteriores. No tenía conciencia de mi fuerza y de mis posibilidades. No tenía conciencia de lo maravilloso. No tenía conciencia de lo miserable.

Gastaba mis días, uno detrás de otro, como aquél que gasta la suela de sus zapatos, a costa de su roce con el suelo. Sí, creo que ésa puede ser una buena metáfora. Estaba muy cerca del suelo. Apenas sí levantaba la vista. Apenas sí miraba hacia dentro. Y apenas sí miraba hacia fuera.

¿Qué puedo decir en mi descargo?. Nada. Creo que no puedo aducir nada. Tampoco quiero con esto culpabilizarme de nada. Cada uno descubre, en algún momento, en alguna vida, que vivió dormido. Que vivió sin conciencia de sí, y sin conciencia del mundo.

No es malo. No es bueno. Es lo que es. Es una etapa normal. Una etapa que hay que pasar. Nadie nace dándose cuenta. A mí me costó mucho. Me costó muchas vidas. Me costó muchas muertes. Pero, al fin, héme aquí despertando. Héme aquí dándome cuenta, de que fuí, durante muchos años, durante muchos siglos, una vagabunda.

Una vagabunda que lo único que quería es que llegara la noche, para descansar. Que llegara al día, para seguir durmiendo despierta. Vagabundeé y vagabundeé haciendo miles de cosas. Visitando miles de lugares. Leyendo miles de libros. Atesorando cifras y palabras. Sobre todo palabras. Sobre todo frases.

Eran las que me protegían de mí misma. Las que me protegían de la realidad. Las que me protegían de mirar dentro. De preguntarme a mí misma. De preguntar a mis emociones. De preguntar a mi cuerpo. De preguntar a mi sombra.

Y entonces, hoy, aquí, declaro, que en mi millonésima vida, he empezado a vagabundear de nuevo, pero esta vez, con el firme propósito de ser vagabunda...dentro de mí misma...

domingo, 22 de enero de 2012

La herida

Nací medio muerta, estuve muriendo en el vientre de mi madre y necesité tiempo y ayuda para respirar, para vivir. Y mientras estaba muriendo en el vientre de mi madre, mi madre moría conmigo.

Podría decirse entonces, que nací herida. Con una herida profunda y correosa. Una herida que no terminas de sacarte ni de curarte, por mucho que lo intentes.

Una herida que te llama, desde lo más profundo, para que te acerques, para que coquetees con ella, para que vivas con ella por los años de los años.

Y así, periódicamente, esa herida me arrastra a las profundidades, a lo oscuro, a lo vacío, a aquellos sitios donde no hay guía, donde sólo hay dolor, donde hace falta mucha voluntad y mucho coraje para no perderse.

Esa soy yo. Una herida que lleva dentro una herida desgarradora, profunda, que clama por su derecho a llevarte con ella. Una herida que lucha para no dejarse vencer por ese desgarro profundo que lleva dentro, una herida que mantiene un equilibrio difícil entre sus deseos de morir y sus deseos de vivir.

Porque en mí, coexisten ambas cosas. Un profundo deseo de morir y un profundo deseo de vivir. Reconozco al uno y al otro. Reconozco cómo me invaden durante el sueño, durante la vigilia, durante todos y cada uno de los minutos y segundos de mi vida. Reconozco cómo quieren hacerse los dueños y señores de mi cuerpo y de mi alma.

Y me reconozco como alguien separada de ambos deseos. Como alguien que va mucho más allá de ellos. Como alguien que tiene que conseguir que no le dominen ni el uno ni el otro, con lo que ello conlleva.

Es difícil de sostener y difícil de conseguir, pero aquí estoy. Llevo toda mi vida tratando de habitar el espacio intermedio entre la vida y la muerte. Un estado neutral. Un estado donde se esté a salvo. Un estado donde no hay mucha vida, pero a cambio, no hay mucho dolor. Un estado intermedio que me puede hacer parecer un fantasma, pero que me protege.

Me protege del deseo de muerte. Me protege de la llamada profunda del abismo, que me llevaría irremediablemente si no gozara de esa protección.

Y desde este espacio neutral, observo. Vigilo. Me cuido. De que nadie entre en él. De que nadie me rompa el equilibrio que tanto me ha costado conseguir. Estudio. Calibro la forma en que pueda moverme más hacia la vida, sin que mi herida vuelva a llamarme. Pero no encuentro la forma, no encuentro la manera.

No hay forma que me permita entregarme a la vida, sin querer entregarme a la muerte. Sin querer entregarme de nuevo al dolor. Sin querer bajar al abismo y allí aceptarlo, no luchar, no entablar batalla, no gastar energías. Simplemente dejarme abandonar.

Y empiezo a estar cansada de tanta lucha, de tanta vigilancia, de tanta energía desgastada para ser sólo un fantasma.

Y en ese cansancio, empiezo a oír de nuevo los susurros de las profundidades, de la oscuridad. Esta vez no lucharé. Esta vez iré con ella, sin lucha.

Quizá no quiera matarme. Quizá sólo quiera hacerme notar, de una vez por todas, que quiero profundamente vivir...

domingo, 18 de diciembre de 2011

La ira

La ira es una emoción violenta. Es una emoción que te arrebata la razón. Que te nubla el juicio. Y que conecta con tu parte más animal.

La ira es una señora que te devora por dentro, y por fuera devora a los demás.

Y pareciera que fuera una señora a la que no podemos pedirle que no nos domine. A la que sólo podemos suplicarle misericordia. Pero no. No es así.

Es una señora dúctil y maleable. Una señora amable, si sabemos llegar hasta ella.

Si entendemos de dónde sale y por qué sale.

Si somos capaces de ir observándonos, de ser detectives interiores, para encontrar su guarida.

Porque esta señora tiene guarida. A veces es grande. A veces es pequeña. A veces está entre los pliegues de tu piel. A veces está en tus órganos más profundos. A veces está en alguno de los múltiples subterráneos que comprenden nuestras personalidades interiores.Y a veces está...no se sabe dónde, aunque siempre, en el inmenso universo que somos nosotros mismos.

Y una vez que encontramos su guarida, la encontramos a ella. Acurrucada. Sin fuerza. A la espera.

A la espera de que nosotros la invoquemos. Porque somos nosotros la que la llamamos. Y ella, presta, acude a nuestra llamada. Se acicala para nosotros en función de las circunstancias. A veces se muestra pequeñita. A veces se muestra inmensa.

Nosotros, en aras de quitarnos responsabilidad, diremos que ella nos posee. Pero no. Ella es una simple mandada, siempre a nuestra disposición. Nosotros, siempre la llamamos, pero luego, olvidamos que la hemos llamado.

Porque claro, es mejor atribuir la responsabilidad a otro. Aunque sea a la señora de la ira.

Y entonces, vagamos por ahí, engañados por nosotros mismos, creyéndonos poseídos por una gran y poderosa señora, cuando, en realidad, somos nosotros quienes manejamos sus hilos, desde la sombra de nuestra realidad subterránea.

Si quisiéramos asumir nuestra responsabilidad, nos daríamos cuenta de que, en realidad, podemos elegir nuestros comportamientos. Podemos elegir convocar a la señora de la ira, o a cualquier otra señora...o podemos elegir convocarnos a nosotros mismos.

Dejemos de huir de nuestra responsabilidad, y empecemos a colocar las cosas en su sitio, empezando por...la ira..

domingo, 11 de diciembre de 2011

El punto de vista...

Nací humano. Nací con punto de vista. Determinado. Lo que me hace ser ciego. Me hace ser limitado. Me hace estar equivocado.

Aunque, claro, todo esto no lo supe desde el principio.

Lo supe después de estrellarme muchas veces contra la realidad y contra los demás. Cuando, a fuerza de creerme en posesión de la verdad, intentaba como fuera defenderla. Y si la situación lo requería, con tal de no ceder, hería a los demás.

Paradójicamente, cuanto más firmemente creía poseer la verdad, más me equivocaba. Era algo que era inversamente proporcional. Curioso fenómeno, visto ahora desde la distancia.

Parece que mi miedo a que la realidad no fuera como yo creía que era, era lo que me hacía defender acérrimamente mi verdad. No fuera a ser que la verdadera realidad me hiciera daño. O me transformara de alguna manera. O me hiciera verme a mí mismo. O que los demás se dieran cuenta de cómo soy en realidad.

Y antes de que pasara cualquiera de esas cosas, u otras parecidas, yo me convertía en Don Quijote. En mil Don Quijotes si fuera necesario. En el guerrero universal. Aquél que posee la verdad y la magnanimidad.

Qué iluso era. Qué equivocado estaba. Y cuán grande pagué mi equivocación.

Tal llegó a ser mi ceguera, que mi sombra se adueñó de mí. Aquello que más temía mostrar, era lo único que llegué a mostrar. Tejí mi punto de vista a base de ocultar mi sombra, y mi sombra me engulló.

Tardé días. Meses. Años. Pero un día me dí cuenta. Un día descubrí que no tenía más sombra para tejer. Y sin sombra para tejer, no había punto de vista.

Así que me quedé mudo. Y por primera vez, empecé a ver. Empecé a escuchar.

Y lo que ví y lo que escuché eran otros mundos. Otros puntos de vista. Tejidos con los pedazos de sombra de los demás. Cada uno hacía lo que podía.

Había algunos que no tenían mucho que tejer. Otros tejían y tejían, en una vorágine asombrosa, que trataban de trasladar al mundo. Y así, nos descubrí a todos. Seres humanos que trazamos la realidad, tejiendo nuestras sombras. Intentando que no se vea aquello que creemos que no va a gustar.

Y así, la realidad vivida y vista se compone de jirones. De los jirones de nuestra alma, y de los pedazos oscuros que no queremos mostrar.

Nos quedan velados los hermosos. Aquellos que brillarían si no fuera porque compulsivamente tratamos de borrarlos.Seres de luz que no se reconocen en ello, y que prefieren vagar por las sombras, a ciegas, sólo por querer defender un pedacito de realidad, un mísero punto de vista.

¿Y qué podía hacer yo ante tamaña equivocación?. Pensé que para mí ya era tarde, ya que ni siquiera podía ya hacer nada por defender mi punto de vista. Así que, seguí escuchando.

Y así, pasé en silencio muchos años. Cada año que pasaba en silencio, una telaraña de mi tela tejida se caía. Desaparecía. Y era reemplazada por un hermoso tapiz. Un tapiz de colores vivos y brillantes. Un tapiz que no había visto nunca y que me hacía sentirme seguro.

Esperé a que el tapiz me cubriera por entero, y entonces, decidí volver a hablar.

Y cuando hablé, descubrí, que mi punto de vista había...desaparecido...

domingo, 20 de noviembre de 2011

Lo que queda de vida...

No sé lo que queda de vida. No sé lo que queda de mi vida. Pero ni uno ni lo otro me quitan el sueño.

Que sea lo que sea. Que sea lo que tenga que ser. Simplemente.

Me levantaré todos los días, para vivir cada uno como si fuera el último. Para vivir cada uno como si fuera el primero. Para vivirme a mí misma como si fuera extranjera. Extranjera de mí misma.

Sin conciencia de mi pasado. Sin conciencia de mi futuro. Simplemente experimentando. Cada minuto. Cada segundo.

Olvidándome de todo, y siendo, sin embargo, consciente de todo.

Experimentando mis sombras. Experimentando mis luces. Queriendo exprimir el segundo. Queriéndome toda yo.

Dejando atrás mis personalidades subterráneas. Dejando atrás mis profundidades sin navegar.

Dejando atrás todo aquello en lo que creía. Dejando atrás todas mis búsquedas. Todas mis teorías. Todos mis juicios.

Abriéndome a la experiencia de la vida, que, ahora, en este instante, empiezo a comprender lo que requiere de mí. Ser vida. Ser. No estar, de ninguna manera. Sólo ser.

Así que, dejaré de estar en la vida...para ser vida...lo que me quede de vida...

domingo, 6 de noviembre de 2011

Lo ilusorio...

Desde hace muchos años, me levanto con una ilusión. Con la ilusión de que mis ilusiones sean mi realidad. Con la ilusión de que mi mundo lo puedo crear a voluntad. Un mundo ilusorio, por completo, en el que yo sea el único dueño, amo y señor.

Sé que es difícil, pero es en lo que ando metido, enfangado hasta el tuétano.

He puesto mi vida en ello y no descansaré hasta que sea posible. Ya dicen por ahí, que lo imposible puede hacerse. Es cuestión de voluntad.

Así que, sé que lo conseguiré. Si algo no me falta a mí, es voluntad. Fuerza y tesón. A raudales.

Sólo necesito que mi vida sea tan larga como para que mi mundo ilusorio se haga realidad.

Lo tengo todo planificado. Lo tengo todo ensayado. Es cuestión de mi mente y de mi voluntad.

Debo ordenar mis pensamientos, y mi imaginación, de acuerdo con lo ilusorio. De acuerdo con lo excepcional.

Debo entrenarme en ver solamente aquello que quiero ver. Sólo percibir aquello que quiero percibir. Y sé lo que quiero ver. Y sé lo que quiero percibir. Sólo tengo que entrenarme, más y más.

Entrenarme todos los días. Todos los minutos y todos los segundos. Y un día, al fin, mi mundo ilusorio verá la luz.

No me importará el número de años que tarde, ni lo viejo que sea cuando llegue. Solamente sé, que ese día, yo habré nacido.

Y mientras...sólo soy...alguien...ilusorio...

domingo, 16 de octubre de 2011

El paraíso de Electra

Hoy dejo aparcadas mis reflexiones, para explicar algo que me preguntan muchas veces, y es si lo que escribo me ha pasado a mí, si refleja mi personalidad o no.

El paraíso de Electra es un universo complejo, habitado de personajes. Masculinos y femeninos. Algunos son jóvenes, otros son niños, otros son ancianos, otros inmortales, otros fantasmas. Hay geógrafos de subterráneos, hay cartógrafos. Hay aventureros. Guerreros. Masoquistas. Hay tejedoras de sueños, señoras de las sombras, amantes, fugitivos, actores y actrices con las máscaras prestas. Funambulistas y equilibristas. Dioses y demonios. Extranjeras que quieren ser anónimas.

Están aquellas que yo fuí y que sigo siendo. Están aquellos que yo fuí y que sigo siendo. Está mi parte masculina y está mi parte femenina.

Cada domingo, o casi cada domingo, alguno de ellos alza la voz, para contar su verdad. Para contar de qué está hecho su mundo. Qué percibe. Qué aprendió. Que le cuesta asumir. Qué sentimientos le dominan. El camino que recorrió. Qué no le cuesta. Dónde fracasó. Donde triunfó.

Ellos alzan la voz y mi mano corre presta a darles espacio. A darles palabras. A darles orden, para mantener el paraíso. Para mantener el equilibrio en ese mundo complejo e inestable. Para conseguir la armonía y, a veces, el caos. Y siempre, para dotar a cada uno de su voz. De su voz propia.

Para que vayan buscándose y buscando. Para que vayan evolucionando. Para que vayan creciendo y encontrando la armonía, en ese paraíso complejo, que no es sino mi imaginación, que contiene todo lo que he visto, todo lo que he vivido, y todo lo que no he visto, y todo lo que no he vivido.

Todos los personajes que soy, y los que todavía no he sido. Todo lo que he percibido, y todo lo que no he percibido. Mis lados masculinos y mis lados femeninos. Mis máscaras preferidas y aquellas que todavía no me he atrevido a sacar.

Todo eso y mucho más, es lo que da origen al paraíso de Electra. No es nada más...ni nada menos...

domingo, 9 de octubre de 2011

Todas aquellas que fuí

Hoy dialogué con todas aquellas que fuí. Con la niña que tenía miedo. Con la niña que quería volar. Con la mujercilla que se asustaba. Con la mujer que sobrevivió. Con todas.

Es curioso. Para dialogar, tienes que reconocer al otro. Si no lo reconoces, si no le otorgas tu respeto, el otro no existe. Puede vivir dentro de tí, incluso, pero si no le otorgas tu respeto, no existe.

Y mientras no existe para tu conciencia, se revuelve dentro de tí. Se enrosca, a veces suavemente, otras a la fuerza. Crece. Decrece. Se encoge. Explota. Te fulmina. Se fulmina. Y tú, no te enteras.

Eso sí, condiciona tu forma de moverte. Condiciona tu forma de respirar. Condiciona tu forma de relacionarte. Contigo mismo y con los demás. Condiciona tu alma.

Eres prisionera. Y hasta que no les otorgues tu respeto, seguirás siendo prisionera. Seguirás yendo inconsciente por la vida. Creyendo que sabes mucho de tí, te encontrarás muchos días, muchas horas, muchos minutos, buscando la respuesta a algo tuyo, en un sitio completamente equivocado.

Porque todas las respuestas se encuentran en aquellas que fuiste. En aquellas que siguen viviendo dentro de tí, aunque tú ya no lo sepas. O no quieras reconocerlo. O quieras olvidarte de ellas, por alguna razón.

Siguen ahí. Y siempre seguirán ahí.

De tí depende nombrarlas. De tí depende volverte hacia ellas. De tí depende aceptarlas, y de tí depende respetarlas. Y mientras no lo hagas, únicamente serás un alma que vaga por ahí creyendo que sabe quién es, mientras se le van enroscando en la piel, en las entrañas, en el corazón...todas aquellas que todavía es...

domingo, 2 de octubre de 2011

Envidia

La envidia es un sentimiento curioso. Podría decirse que es un sentimiento retorcido. Y creo que es el único que puedo calificar así. Aparece y se enrosca en tu piel, en tus células, en tu sangre, en tus entrañas, en tu alma. Y no se va. Por mucho que tú quieras que se vaya. Ahí se queda, agazapada. Retorciéndose, buscando caminos sinuosos y complicados. Aparece. Y desaparece. Y vuelve a aparecer.

Sí. Es un sentimiento retorcido. Un sentimiento que no podría calificar de otra manera. El resto son más simples. El odio es el odio. El amor es el amor, aunque también tenga caminos sinuosos. La alegría es la alegría. La tristeza es la tristeza. La envidia es...

...algo que te come por dentro. Que te devora las entrañas y sale hacia afuera de la manera más insólita, porque la víctima, eres siempre tú, que quedas invalidado por ella. Lo de afuera es mejor que tú. Dejas de mirarte. Dejas de saberte ver. Olvidas tu valor y pierdes la perspectiva.

Porque lo de afuera es siempre mejor. Lo de dentro no vale. Y eso te va pasando, mientras la envidia se enrosca sinuosa en tu pellejo.

Y cuando ya ha conseguido eso, que pierdas la perspectiva, la forma de mirar, el enfoque...entonces, dependiendo de tu mayor o menor control, tratas de invalidar lo de fuera, igual que ya has hecho con lo de dentro. Buscas mil y un argumentos, y cuando los argumentos ya no sirven, buscas estrategias.

Estrategias para desvalorizar. Estrategias para hacer daño. Estrategias para matar aquello que está fuera y que te ha matado a tí.

Muy pocas veces entiendes que has sido tú...el que te has matado a tí mismo...de pura envidia...

domingo, 25 de septiembre de 2011

Fluidez

Tengo la sensación de que siempre he estado en batalla. Contra el mundo y contra mí misma. Sobre todo, contra mí misma.

Supongo que se debe a los enemigos subterráneos, a esos que no quiero reconocer, y que forman parte de mí. Se esconden bajo los pliegues de mi piel y de mi alma, y cuando menos me lo espero, presentan batalla.

Una batalla de la que se saben ganadores, ya que yo nunca los he reconocido como enemigos. Y ya sabe que, para ganar una batalla, lo primero que hay que hacer es saber quién es el enemigo. Reconocerlo como tal, evaluar su calidad y cantidad. Evaluar tu calidad y la cantidad de tus recursos. Elaborar una estrategia, y, o esperar a que se presente la batalla, o provocar la batalla tú misma.

Pero claro, yo todos esos pasos no los he dado. No al menos con mis enemigos subterráneos. Y por esa razón, quedo a su merced. A su voluntad de presentar batalla, en el momento que quieran. En cualquier lugar de mi geografía. Y generalmente, me pillan desprevenida. Me pillan batallando fuera.

Y yo, sin querer reconocerles, me enfrento entonces a dos batallas. La exterior y la interior, sin tener conciencia cierta de la magnitud de mi osadía.

Pero, presentada la batalla, yo voy. Yo batallo. Contra el exterior, al que reconozco como enemigo, y contra el interior, a quién no reconozco.

Y así me he pasado la vida. Inconsciente en gran medida. Desaprovechando las oportunidades de empezar a fluir con la vida. De dejar de batallar, para entregarme a la maravillosa experiencia de vivir.

Pero, claro, era más importante la batalla.

Esto es lo que pienso, cuando me encuentro al final del camino. Ha sido un camino largo, tenso, lleno de batallas sin fin, en las que creía que mi espíritu se reforzaba, y no me daba cuenta de que era como Don Quijote, a merced de mis enemigos subterráneos y yendo contra molinos de viento, cuando podía haber aprovechado el viento, para ir muy lejos persiguiendo mis sueños.

Por eso, amigo, amiga, desde aquí te digo. Deja de batallar. Reconoce tus enemigos subterráneos, presenta batalla justa y honesta, y en ese mismo momento, empezará tu experiencia hacia la...fluidez...

domingo, 11 de septiembre de 2011

La caja de resonancia

Siento muchas veces que soy una caja de resonancia. Una caja de resonancia grande, inmensa, a veces, descomunal. Una caja donde muchos de mis pensamientos y muchas de mis emociones se originan y se quedan dando vueltas, sin salir nunca hacia fuera.

Se originan en un momento, en algún lugar dentro de mí, y luego se quedan deambulando, bajando por mi estómago, subiendo por mis piernas, hundiéndose en mis venas, chocando en mi corazón, profundizando en mis geografías más subterráneas, sin que lleguen a salir.

Algo se lo impide.

A mí me gustaría que salieran. Grito internamente para que salgan. Sufro porque no salen. Se quedan dentro, mientras yo los oigo, las oigo, los siento, las siento, y me debato intensamente, buscando la vía de salida. Pero ellos y ellas no quieren.

Rebeldes, se arremolinan dentro, convirtiéndome en caja de resonancia. Y mientras yo soy esa caja de resonancia, los demás no se enteran. Mi apariencia es la misma. Parece que no me pasa nada, y yo soy una inmensa caja de resonancia.

Algunos pensamientos salen al cabo de días, cuando han dado mil vueltas dentro de mí. Salen elaborados, cargados de resonancia. Algunas emociones salen, filtradas, sin nada que ver con cómo las siento dentro de mí. Su resonancia ha quedado dentro, y de ellas, los demás, sólo ven una minúscula parte.

Aprendí pronto a ser caja de resonancia. Sobre todo de mis pensamientos. Tardé mucho más con mis emociones. Es algo que siempre quise ser. Y como todo en esta vida, cuando consigues algo, enseguida quieres otra cosa. Tardé años en convertirme en caja de resonancia, y ahora, quiero dejar de serlo.

Quiero bajar los muros que he levantado entre el mundo y yo. Entre los otros y yo. Quiero derribar las fronteras que con tanta energía construí. Y sin embargo, parece poético ser caja de resonancia, y por tanto, quizá, no me aplico con intensidad a dejar de serlo. Porque, en el fondo, me gusta la poesía y el sufrimiento que subyace en el hecho de ser...una caja de resonancia...

domingo, 22 de mayo de 2011

Lo adquirido

He estado tiempo buceando en las profundidades,sin escribir, y de repente, me asaltó un pensamiento. Tiene que ver con lo adquirido. Con lo que parece parte de mí, pero no lo es. ¿O sí?.

¿Cuál es la parte de nosotros mismos que es genuina?. ¿Cuál es la parte adquirida?. ¿De qué depende que nos movamos por el mundo con una o con otra?.

Si hiciéramos caso a algunas teorías, entonces nos movemos siempre con lo adquirido, con lo que no es genuino nuestro. Y el trabajo de conocerse a uno mismo, significaría desprenderse de todo lo adquirido, hasta encontrar aquello que es genuino nuestro.

Y parece que lo genuino siempre es bello.

Yo, discrepo.

Sobre todo de lo último.

Hay personas que, por mucho que se desprendan de lo adquirido, no son bellas. Son maldad. Son odio. Son, simplemente, eso. Y eso también hay que aceptarlo. Por mucho que duela. Por mucho que nos gustaría que la verdadera esencia de todos fuera bella, fuera buena. Es una bonita aspiración, pero errónea.

Porque si fuera así, no habría equilibrio.Si fuera así, no podríamos distinguir lo bello, porque no distinguiríamos lo opuesto, y a fuerza de ver siempre lo mismo, terminaríamos por no saber apreciar la belleza. La belleza existe porque existe su contrario, porque existen las diferencias, en la naturaleza, en la vida, en el universo.

Vamos por la vida cubiertos de lo adquirido, ocultando nuestra esencia. A veces, a algunos se les ve más, a otros no se les ve. Y muchos somos ciegos a la nuestra. Creemos que somos lo que adquirimos, tan pegados estamos a ello.

Pero, yo, me pregunto. ¿Si mi conciencia de ser yo, tiene que ver con lo adquirido, qué me pasará si atravieso lo adquirido, si me libero de alguna forma de ello?. ¿Seguiré siendo yo misma?. ¿Qué le pasará a la conciencia de mí?, ¿cómo advertiré que yo, sigo siendo yo, de alguna manera?.

Y aunque pueda entender que sea mejor liberarse de lo adquirido, me sigo preguntando...¿qué es lo que me define?, ¿qué es lo que define la conciencia de mí, como persona que vive y que se presenta y está en el mundo de alguna manera?. ¿No es lo adquirido, puesto que la esencia, muchas veces, ni siquiera tenemos conciencia de ella?. ¿Mejorará mi relación con la vida, con el mundo, con las personas?.

¿No sería mejor dedicarse a vivir, olvidando profundizar, olvidando la conciencia de uno, olvidándolo todo?. Entregarse a la vida, sin más, sin esperar nada, sin pretender nada, simplemente ser...¿es eso tan difícil?...

...¿es eso...lo adquirido...?

domingo, 24 de abril de 2011

Entre el vacío y la oscuridad

Hay veces en la vida que sientes que estás en el vacío. Y otras, que estás en la oscuridad. Supongo que hay más opciones, pero casi siempre, yo me muevo entre estas dos.

Me gusta la oscuridad y me gusta el vacío. Porque ambas contienen promesas infinitas. Las que quieras y en la cantidad que quieras.

Y a mí me gustan las promesas de futuros luminosos y llenos. Las promesas de felicidad. Las promesas de crecimiento. Las promesas de cosas bonitas por empezar. La promesa de la percepción de la belleza, en las formas, en la sutileza, en el alma.

Sí, pudiera parecer que viviendo entre el vacío y la oscuridad, tu vida careciera de sentido y careciera de luz, pero no, no es así. Vivir entre el vacío y la oscuridad es vivir el presente con la promesa de un futuro por hacer, de un futuro por encontrar.

Y como nadie sabe cómo será ese futuro, te puedes quedar con la ilusión de lo que más desees, de lo que más anheles. Para eso está el vacío, ¿no?. No para sentir su agobiante sensación de nada, sino para sentir su promesa de poder ser llenado. Para eso está la oscuridad, ¿no?. No para sentir que todo está oscuro, sino para saber que puede ser iluminada de mil maneras, revelada de la forma que quieras.

Sí, eso es para mí estar entre el vacío y la oscuridad. Saber que, sin tener la certeza, existe la posibilidad de poder llenar los huecos y de poder iluminar la oscuridad.

Sí, sé que sólo depende de mí. Sé, que por mucho que mi vida se mueva entre el vacío y la oscuridad, ésa, es una posición de ventaja, porque siempre podré luchar, siempre tendré esperanza...ya que siempre estará todo por llegar...

domingo, 3 de abril de 2011

Privilegiados

Pertenezco a ese pequeño porcentaje de seres privilegiados. En todos los sentidos. Aunque muchas veces piense que no. Aunque muchas veces mis sentimientos y emociones me lo hagan ver todo negro. Entonces, lucho contra la oscuridad recordando mis privilegios.

Privilegios que la mayoría de los que los tenemos no somos conscientes. Pasamos por el mundo quejándonos de todo y de todos, sin saber, sin entender, sin vivir en nuestras carnes, todo aquello que hace que haya otros que no son privilegiados.

Exigimos mínimos. De todo lo que se nos ocurra. Y torcemos el gesto cuando no los obtenemos. Qué relativa es la vida. Unos exigiendo mínimos y otros intentando sobrevivir con una milésima de nuestros mínimos.

Y vivimos cautivos de nuestros pequeños mundos de mínimos, confortables y seguros, sin querer ver. Porque ver de verdad, implica demasiadas cosas. Implica cuestionar muchos mínimos. Implica, de verdad, darnos cuenta de qué significa ser privilegiados. Percibir la tremenda realidad.

La tremenda trampa de este mundo humano, que nosotros, los humanos, construimos para vivir. Tejido con los hilos que la naturaleza nos otorga, a condición de mantener equilibrios. Porque el mundo y la vida se tejen de ellos, de sutiles equilibrios.

Esa la maravilla y esa es la miseria de la realidad. Mantener el equilibrio obliga, necesariamente, a que existan los privilegios y los privilegiados. Y a que existan aquellos que no lo son. Para que alguien evolucione, otro debe morir. Esa es la verdad de nuestra realidad. Esa es la verdadera maquinaria de la naturaleza. Muerte y vida entrelazada, sin posibilidad de ruptura.

Y aunque, cuando de verdad, tú te hayas dado cuenta de tus privilegios, y quieras cambiar, de alguna manera, la suerte de los otros, el sutil mecanismo del equilibrio, te llevará, sin remisión de causa, a morir por ello. De alguna manera. Irresolublemente. Y sin dándote cuenta de eso, das marcha atrás, sin querer, habrás condicionado tu vida y tu alma. Simplemente por haberte dado cuenta, de verdad, de lo que significa tener...privilegios...

domingo, 20 de marzo de 2011

Aquello en lo que creo

He vivido mi vida sustentada en la creencia de no creer en nada. Pronto renegué de la figura de Dios que los hombres ofrecían. Pronto también dejé de creer en la realidad. Dejé también de creer en los demás. Y dejé de creer en mí misma.

Y me pasé la vida creyendo que no creía en nada. Y sólo ahora me doy cuenta de todo aquello en lo que creía y de todo aquello en lo que sustenté mi vida.

No sé si eso me hizo más feliz o más infeliz de lo que hubiera sido si no hubiera creído en todo aquello en lo que creía, pero si sé que estaba equivocada. O quizá, no estaba equivocada, quizá fue sólo una manera de limitar mi forma de percibir la vida.

Y si ahora quisiera deshacer todo aquello en lo que creía, me deslizaría sin remedio, hacia otro tipo de creencias, y con toda seguridad, limitarían de alguna otra manera, mi forma de percibir la vida. Mi vida y mi persona. Y por tanto, mi forma de percibir a los demás...y a la realidad...

Necesitamos las creencias para sustentar una existencia donde no existe la certeza. Donde sólo existen probabilidades. Donde sólo existe incertudimbre. Y la angustia y el vacío es tal, que necesitamos las creencias. Para tener una ilusión de certidumbre.

Vendemos, entonces, la posibilidad de la realidad, por un puñado de certidumbre, sin saber que, en el fondo, estamos vendiendo una parte de nuestra alma, una parte de nuestra realidad.

Y vamos por el mundo, cuasi seguros, en nuestros reducidos trajes de creencias limitándonos y limitando. Y cuanto más decimos y proclamamos a los demás que no creemos en nada, más necios somos. Porque sí, sí. Aquellos que hemos dicho que no creemos en nada, nos mentíamos a nosotros mismos y a los demás.

Aquellos que no hemos creído en nada, hemos creído en todo. Necesitábamos creer en todo, y era tal la necesidad, que por miedo a no satisfacerla, nos la negábamos de origen.

Asi que, héme aquí ahora, revisando aquello en lo que no creo, y que me lleva, paradójicamente...a todo aquello en lo que creo...

domingo, 6 de marzo de 2011

Apatía

Qué sería de nosotros sin la sensación de apatía. Sin esa sensación que te deja en tierra de nadie, en una tierra que está lejos de tí mismo y lejos de los demás. En una especie de nebulosa y de sombra, donde todo lo que tienes que hacer, es no hacer nada.

Tu mente y tu espíritu se llenan de niebla y tu yo desaparece por algún misterioso rincón, que no he acertado a encontrar.

Y mientras tu yo emprende viaje a lo desconocido y tu cuerpo, tu alma y tu espíritu se llenan de sombras y de melancolía, en algún remoto lugar, una parte de tí, sin embargo, sigue vigilante.

Vigilante en la duermevela de tu espíritu. En esa duermevela que te permite alejarte del sufrimiento, de la carencia, de la realidad que no te gusta, de los demás...y de tí mismo.

Y pasado un tiempo, esa parte vigilante, y sabia, de tí mismo, te hace volver, lentamente, por ese mismo camino y por ese mismo rincón por el que te fuiste. Y vuelves más lleno de vida, más lleno de tí mismo y de luz, de energía y de ganas.

Y el sufrimiento lo transformas en motivación, y la carencia en abundancia, y la realidad parece que te gusta, y los demás...vuelves a intentar el acercamiento a los demás, a ver si esta vez se te da mejor. A ver si esta vez, puedes aprehender algo de ellos que no sólo sea ilusión.

No sabes dónde fue tu yo, por qué caminos transitó, qué experiencias vivió, y sin embargo, ese camino oscuro al que le llevó la apatía, de repente se convierte en un camino de luz.

Cara y cruz de la misma moneda. Sin luz no hay sombra y sin sombra no hay luz. No hay caminos de luz sin transitar por la sombra y no hay caminos de sombra sin transitar por la luz.

Y aunque en el fondo de nuestra alma llevemos esa sabiduría, nos negamos a reconocerla, a aceptarla. Preferimos los altos y los bajos del camino, y nos abandonamos al éxtasis y al sufrimiento, porque necesitamos...la apatía...

domingo, 27 de febrero de 2011

Inseguridad

Estamos acostumbrados a decir y a actuar como si no fuésemos inseguros. Como si fuésemos dueños y señores del tiempo, del espacio y del universo entero. Como si no tuviéramos miedo. Como si no fuéramos partículas nano microscópicas de un universo que se nos escapa.

Vamos por ahí todos los días, ceñidos a nuestra minúscula forma de entender el mundo, controlados y rígidos en nuestros trajes de seguridad. Articulamos normas, establecemos sistemas y métodos y nos llegamos a creer esas apariencias de superioridad y de entendimiento.

Y la verdad, ¿cuál es?. ¿Alguien la sabe, la conoce, la intuye, siquiera?.

Cada vez hacemos un mayor esfuerzo en el refuerzo de esa imagen, segura y superior, para compensar el miedo creciente que tenemos todos. El miedo y la inseguridad. El miedo de no saber quiénes somos y la inseguridad de mostrar lo poco que sabemos de nosotros mismos.

Y entramos en una espiral peligrosa, en la que la importancia de conocerse a sí mismo y a los demás, cada vez es menor, ya que es mejor vivir narcotizado y anestesiado, que querer ver la verdad, nos puede la anestesia profunda y brutal de la sociedad en la que vivimos y a la que vamos.

Y en este dominio de un mundo irreal y anestesiado, nuestra inseguridad, aquella que nos impulsó a tomar un camino de búsqueda y de encuentro, clama ahora por desviarnos de él y sumirnos en un estado de letargo y de ceguera, haciéndonos perder la fe en el ser humano.

Qué ironía. Dominadores del espacio sideral y sin fe en nosotros mismos, sin el menor atisbo de conocimiento de nosotros mismos. Vale más no saber nada, no mirar nada, no vaya a ser que nos enfrentemos a algo que no queremos ver y que no queremos entender.

No vaya a ser que descubramos que, en realidad, nada somos, y nada importamos. Que nuestras acciones y nuestros pensamientos y nuestras emociones, son sólo fugaces haces en un océano de tiempo y espacio, y nos tengamos que enfrentar al miedo básico a no ser nada, y nos preguntemos, ¿en qué recodo del camino nos torcimos, nos desviamos, hacia la nada?.

Insistiremos e insisteremos y entraremos cada vez más en un mundo más y más anestesiado, simplemente por desear no ser...nada...simplemente porque es demasiado fuerte estar y ser, para simplemente estar y ser...

...tan poderosa es nuestra inseguridad...

domingo, 6 de febrero de 2011

Curiosidad

Hoy he salido de mi guarida a ejercitar mi curiosidad, movida por ella.

Paseando lentamente, mis ojos se posaban en las miradas de los demás. En los gestos de los demás, y mis oídos se hacían eco de sus voces y sus palabras. Alternaba la estrecha observancia de los demás, con la mía propia. Y entre medias, mi curiosidad viajaba ávida hacia rincones inhóspitos de esa realidad urbana que se nos ha hecho cómoda.

Y mientras posaba mis ojos, mientras ejercitaba mis oídos, mientras mi curiosidad viajaba rauda por territorios in-explorados, mi conciencia de ser humano, mi conciencia de identidad, se transformaba.

Era ésta, una transformación silenciosa, una bomba de profundidad, que sin hacer ruido, pero sin pausa, entraba en todos mis niveles de conciencia y los alteraba, transformándome, a cada instante, en algo que era yo, pero no era yo.

Y mi curiosidad vagabunda, aunque entrenada en la observación de mí misma, no se daba cuenta de la transformación hasta que ésta había tenido lugar.

Mi curiosidad, arte y parte de semejante transformación, quería un día, alcanzar a detectar el instante preciso en el que, por causa de ella misma, yo dejaba de ser el yo conocido, para dar paso a otro yo, en parte desconocido...o no...

Porque mi curiosidad argumentaba, con cierta razón, que esa parte desconocida estaba causada por ella misma, y por tanto, no era desconocida, sino poco observada. Y si un día lograra detectar el instante mismo del cambio, entonces el desconocimiento sería conocimiento.

Mi curiosidad, obsesionada y obsesiva, me sacaba a menudo a pasear, a observar, a captar y robar las miradas de los otros, las palabras de los otros, los gestos de los otros, queriendo pretextar que, en la medida en que yo fuera capaz de aprehender a los demás, así sería capaz de aprehenderme a mí misma, facilitando la detección y comprensión del instante de cambio.

Y yo, movida por mi curiosidad, me entregaba afanosa en esa búsqueda sin fín. En esa necesidad de encontrar el instante de cambio, el registro de la transformación, el principio de mi yo completo.

Y así salgo a la calle, desde hace mucho tiempo, a pasear vagabunda, entre los demás, dentro de mí misma, recorriendo infinitos paisajes y geografías, llevando en el alma, la semilla de mi curiosidad, con la esperanza de completarme...en un instante...de...curiosidad...

domingo, 23 de enero de 2011

Sombras

Vivimos en un mundo de sombras. Creadas por nosotros. Vivimos prisioneros de las nuestras y de las de los otros. Y sin embargo, vivimos ciegos a ellas. Vivimos sin querer verlas. Sin querer reconocerlas. Sin querer quererlas.

Y somos tan ilusos que creemos que no queriendo verlas y no queriendo reconocerlas, desaparecerán. A veces, incluso, somos tan ingenuos o tan inconscientes, que ni siquiera sabemos de su existencia, creyendo que vivimos en un mundo de luz y de fantasía.

Y si embargo, cada paso que damos, cada palabra que pronunciamos, cada movimiento que hacemos, cada sentimiento y cada emoción que tenemos, está teñida de sombra. Está gobernado por ellas.

Ellas dominan nuestra realidad. Nuestra forma de entender y de acercarnos al mundo. Ellas tiñen nuestro entendimiento y nuestra realidad, y nosotros ni siquiera acertamos a comprender la magnitud de su dominio.

Vivimos a oscuras. A oscuras de nosotros mismos y de los demás. Miramos sin ver y escuchamos sin oír. Cerramos los ojos a nuestra intuición y a nuestro corazón, y ahí está la sombra.

Esa sombra alargada que nos hace ser quienes somos. Que nos configura y nos hace presentarnos al mundo de una determinada forma, con una determinada cantidad de amor por nosotros mismos y por los demás. Con una determinada forma de querer. Con una determinada expresión de luz. Y todo, se lo debemos a nuestra sombra.

A esa sombra de la que huimos como si fuera nuestra feroz enemiga. Como si fuera todo aquello que no queremos ser, pero que somos. Y en esa huida de nuestra sombra, nos perdemos a nosotros mismos y perdemos nuestra identidad, vagando así por el mundo, convertidos, paradójicamente, en aquello que no queremos ver y de aquello de lo que huimos...

...somos vagabundos de nosotros mismos...convertidos en sombras...

domingo, 16 de enero de 2011

Decidirse

Siempre fuí una persona decidida. Una persona de convicción. De valor. De ir por delante. Tomaba decisiones y asumía las consecuencias y las responsabilidades. Sin necesitar valorarlas antes. Porque me guiaba siempre por el corazón y la intuición. Nunca por la razón.

Hasta que un día, decidí no seguir a mi corazón. Decidí probar otros caminos. Otras experiencias. Ver adonde me llevaba mi mente.

Así, menosprecié mi corazón y mi intuición. Vanaglorié mi mente. Y entonces, caí atrapada en una red. En una maraña de contradicciones. De miedos. Las decisiones tomadas no eran las adecuadas y las consecuencias y las responsabilidades eran difíciles de asumir, difíciles de vivir.

Y esa dificultad, hacía cada vez mayor la espiral de miedo y de contradicción. Hasta que estuve atrapada. Hasta que no supe cómo salir. Hasta que el miedo se hizo dueño de mí, y mi mente de mis decisiones.

Me convertí en alguien que respondía de maneras que no quería responder, a veces, incluso, de forma contraria a lo que quería. Pero mi mente iba más rápido y reaccionaba antes. Y a mí, lo único que me quedaba, era darme cuenta de lo que había pasado, y asumir las consecuencias.

Y entonces, a veces, esas consecuencias generaban culpa y la culpa se unía al miedo, a la contradicción, a la duda, y la maraña de obstáculos entre lo que yo quería y lo que decidía, era inmensa.

Mi desesperación crecía y crecía. ¿Cómo salir de esa trampa?. ¿Cómo salir de la culpa, del miedo y de la duda?. Luché conmigo misma, hasta que caí extenuada. Y cuando ya no sabía qué hacer, decidí dejar de luchar. Decidí aceptar. Decidí quererme. Decidí esperar.

Y entonces, imperceptiblemente, la situación empezó a cambiar. A medida que yo aceptaba lo que había, esa aceptación abría un hueco en la maraña. Y por ese hueco se colaba mi intuición y mi corazón.

Y en ese camino estoy. Abriendo huecos y caminos, entre la realidad y mi corazón, entre mis decisiones y mi intuición.

Sólo es cuestión...de...aceptación...

domingo, 2 de enero de 2011

A capas

Descubrí muy pronto que soy un ser hecho de capas. Capas finas, capas gruesas, capas luminosas, capas menos luminosas, capas oscuras, capas negras...

No sé enumerar cuántas son, porque cada vez que creo que tengo el mapa, descubro alguna más.

A veces, hay dos o más enredadas en los huecos de una, que aparentemente, era sólo una. Hay una, sí, es sólo una. Pero, de repente, algo cambia, y entonces, aquella que era sólo una, resulta que eran varias...y diferentes, entre sí y de aquella que parecía sólo una.

Y cuando descubrí esto, encontré mi vocación, mi labor de cartógrafa. Me levanto y observo. Observo y observo, me escucho, me miro, hacia dentro y hacia afuera. Establezco parámetros, establezco coordenadas, y luego, al final del día, me siento en mi escritorio, para rellenar mi mapa.

Es un mapa que no tiene fin. Un mapa que cambia cada día. Y allí donde un día situé la ilusión, debo cambiarlo por la desilusión. Y allí donde un día situé mi sombra, debo cambiarlo por la luz.

Pero no creéis que me desespero. No. Es una tarea ardua, pero apasionante. Llevo en ella, años y años. Y quizá, lo más curioso es, que después de darle la vuelta al mapa, parece que vuelve a comenzar, y entonces de donde quité la ilusión, tengo que volver a ponerla. Y de donde quité mi sombra, debo volver a ponerla.

Y así estoy, atrapada en una labor de cartografía, dando vueltas y vueltas, para cercar a mi yo. Para reducirlo. Para comprenderlo. Para dejar expuestas sus coordenadas y su funcionamiento. A veces, parece que ya lo tengo rodeado. Pero entonces, con una filigrana, se escapa sutil, haciendo al mapa incompleto, haciendo que le falte algo.

Y yo, vuelvo a la carga, para atrapar la filigrana, para atrapar la variación. Y entonces, descubro otra capa más. Y entonces mi mapa debe ampliarse. Y yo estoy otra vez en el aire, enfrentada al vacío.

Y entonces, con paciencia, y con ilusión, cojo mis instrumentos y me entrego al placer de vagabundear por ese espacio, por ese vacío, hasta hacerlo mío. Y una vez que lo he hecho mío, lo cartografío, lo reduzco, lo escribo, lo defino...y así, creyendo que he ganado, me relajo. Y entonces, vuelve mi yo a jugar conmigo.

Y en ese juego infinito estamos. Rodeándonos, cercándonos, midiéndonos...hasta que alguno de los dos se canse...

...Es lo que tiene ser un ser consciente...hecho de capas...

domingo, 26 de diciembre de 2010

La tejedora de sueños

La realidad es cambiante y misteriosa, hecha de sueños. La realidad es algo que yo fabrico, que yo tejo con mi imaginación. Con mis manos, con mi corazón, con mi alma, con mi estómago, con mi intuición. La realidad es lo que yo quiero que sea. Para eso soy la tejedora de sueños.

Sí, pensaréis que estoy loca. Pero, no, no lo estoy. Soy diferente de vosotros. Soy única y especial. Soy la tejedora de sueños.

Por el día, capto el alma de los otros, capto sus sueños prisioneros de sus vidas, y los recojo en mis alforjas infinitas. Y por la noche, me siento en mi guarida, vacío mis alforjas, y despliego esos sueños prisioneros.

Empiezan a revolotear por mi espacio, se intentan esconder en los huecos, pero al final, cuando ven que no hay peligro, deciden flotar libremente.

Y entonces, suavemente, mis manos se acercan a ellos, se posan, se van, juegan, giran, revolotean...y al final, me susurran al oído, todo aquello que quisieron susurrarle a aquél al que pertenecían.

Y yo escucho. Escucho y escucho, mientras ellos cabalgan sobre mis hombros. Y cuando he terminado de escuchar, entonces empiezo a tejer.

Tejo lo que escuché. Tejo lo que me impresionó. Tejo lo que me susurraron. El dolor de los sueños. El dolor de sus dueños. Mi propio dolor. En un tapiz inmenso. Un tapiz que ocupa la totalidad de mi guarida.

Y ese tapiz es hermoso. Es bello. Indescriptiblemente bello. Porque mientras tejo, el dolor trasciende. El dolor se transforma.

Tejer es el acto de convertir el dolor en belleza. Tejer es la forma de soportar el dolor del mundo y el mío propio. Y ésa es mi función en este mundo.

Tejer para evitar que el mundo se colapse de dolor. Tejer para que el mundo tenga, aún, una oportunidad de vivir. Aunque sea a medias. Aunque sea herido. Pero vivo.

En esta labor he empleado toda mi vida. Pero empiezo a estar cansada. Empiezo a no poder con el peso de tanto dolor. Y necesito ayuda. Necesito alivio. Necesito alguien que quiera tejer los sueños conmigo. Necesito alguien que crea que, es mejor vivir herido, a no vivir.

Necesito alguien que quiera escuchar. Necesito alguien que quiera olvidar su vida para tejer la de los demás. Necesito sensibilidad y compasión. Necesito templanza. Necesito coraje.

Y, sobre todo...necesito...sueños...

domingo, 12 de diciembre de 2010

Disonancias

Siempre he estado intrigada por las disonancias. Por aquellos fenómenos que hacen que tu mente se despierte, que se asombre, que se pare. Las disonancias son uno de esos fenómenos.

A veces son imperceptibles. Pero otras veces, todo tu ser se despierta, impulsado por un resorte, al darse cuenta de una de estas disonancias.

Una de sus características principales, es que sólo se da entre la raza humana. Es decir, que sólo los seres humanos, los que presumimos de ser racionales y superiores, son los que producen disonancias.

Y a veces, se da la paradoja de que, cuanto más racional es alguien, más "disonante" se vuelve. Tiene gracia.

Y quizá, os preguntaréis, que qué es eso de las disonancias. Algo que cabe en una sola palabra y que, sin embargo, es demasiado complejo. Algo que, muchas veces, cuando las originamos, no somos conscientes de ello. A veces, tampoco lo son los demás. Los que sufren las consecuencias.

Para empezar a darse cuenta de lo disonantes que somos, tendríamos que mirarnos mucho, observarnos mucho, estudiarnos mucho. Pero mirarnos, estudiarnos y observarnos, con un punto de vista concreto. El de cazador de disonancias.

Estar atentos para ver cuando la línea de nuestro pensamiento y de nuestro discurso en el mundo, no coincide con nuestros comportamientos y nuestros hechos. Y eso, requiere mucha distancia y mucha objetividad. Y parece difícil encontrar la forma de mirarse muy dentro y a la vez, desde mucha distancia.

Parece difícil separarme de ser quien soy para observar la que estoy siendo. La que estoy siendo pensando y la que estoy siendo haciendo. Y después de observarlas a ambas, establecer si existe coherencia o disonancia.

Sería como intentar no tener dobleces, recovecos, sombras. Sería como intentar ser cristalinos y puros. Inocentes. Ingenuos.

Pero nosotros perdemos muy pronto la inocencia y la ingenuidad, sobre todo respecto a nosotros mismos. Nos llenamos de recovecos y de sombras, para tapar nuestros huecos, y eso hace que nuestro mirar no sea inocente. Eso hace que nuestro hablar no sea inocente. Y eso hace que nuestro comportamiento no sea inocente.

Y llevamos demasiado tiempo siendo tejedores de huecos y sombras, como para volvernos cazadores de nosotros mismos. Creadores de luces y sombras. ¿Cómo arrojar luz, sobre la sombra que uno mismo crea?. Parece...una pura disonancia...

Y es ahí, en esa disonancia que existe en el origen de nosotros mismos, donde encuentro la fuente de mi fascinación y mi perplejidad por este tema. ¿Cómo hacer que nosotros...podamos llegar a ser...lo opuesto a lo que somos?...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Luz y sombra

Cuando era pequeña descubrí que todo era cuestión de luz. No importaba quién eras, no importaba donde ibas, ni lo que había fuera, ni los otros. Sólo importaba la luz.

Lo descubrí al mismo tiempo que descubrí mi falta de libertad. Mi conciencia de prisionera. Prisionera de mi cuerpo, anhelante de volar, mis ojos se perdían entre los rayos de luz que se colaban por las rendijas, y con ellos se iba mi mente y mi alma.

Por aquellos rayos de luz, yo me escapaba. A vivir otros mundos. Otras realidades. Otras circunstancias. Y montada sobre ellos, yo era la gran capitana. Yo me fundía con la intensidad. Yo era la intensidad.

Y sólo cuando llegaba la noche, era cuando no tenía más remedio que volver a mi celda, a mi prisión, a mi conciencia de ser prisionera. Y en aquella conciencia me acurrucaba, intentando hacerme muy pequeñita, para no gastar fuerzas. Para tener energías para poder escaparme de nuevo, con ayuda de la luz.

Estuve mucho tiempo así. Tiempo en el que no me dí cuenta de que la presencia de la luz sobre uno, crea la sombra. Y cuanta más luz hay, más sombra produce. Somos seres hechos de sombra. Por más que no queramos darnos cuenta. Por más que no queramos verlo.

Yo no había querido verlo. Había querido escaparme. Había querido vivir sólo la luz, obviando la sombra. Y ésta, ignorada por mí, crecía sin parar. Cuanto más me escapaba yo, más grande se hacía mi sombra.

Hasta que, un día, preparada de nuevo para cabalgar sobre la luz, mis ojos no se abrieron. Mi sombra era tan grande, pesaba tanto, que no me dejaba abrir los ojos. Me condenó a vivir en la oscuridad. Y allí, perdí la noción del tiempo. Perdí la noción del espacio, y perdí la noción de mí misma, tal y como la conocía hasta entonces.

Y entonces, obligada a experimentar mi sombra, grité y grité, hasta que mi voz dejó de salir de mi garganta. Lloré y lloré, hasta que mis lágrimas se secaron. Una y otra vez, me estrellé contra las paredes de mí misma, contra mi propia sombra, que allí estaba presente. Omnipresente.

Y cuando dejé de luchar, cuando la oscuridad fue total, no tuve más remedio que aprender a vivir de otra manera. Que aprender a convivir con mi sombra. A habitarla y a quererla. Y cuando me quise dar cuenta, la luz empezó a volver.

Pero ya no era una luz que se colaba por las rendijas. No era una luz exterior. Era una luz que provenía de mi sombra, que provenía de mi oscuridad.

Y esa luz, que al principio era pequeñita, se fue haciendo cada vez más y más grande, hasta que hubo días en los que predominaba la luz. Otros días, sin embargo, predominaba la sombra. Pero parecían alternarse, en sutiles equilibrios, hasta que descubrí, que era yo la que podía hacer que ese equilibrio existiera.

Pero para ello...tenía que aceptar por igual...mi luz...y mi sombra...

domingo, 14 de noviembre de 2010

La noción de mí

Casi desde que tengo uso de razón, he tratado de mirarme a mí misma. Mirarme por dentro, no por fuera. Mirar dentro para descubrir quién soy. Para tener una noción de mí. Una noción de mí que difiere de la que tienen los demás.

Porque los demás no pueden ver dentro de mí, al igual que yo no puedo ver dentro de los demás. Y sin embargo, todos estamos, quien más o quien menos, prisioneros de las nociones de nosotros mismos que construyen los demás.

De nada servirá que tú digas: "yo no soy así". Eres así, porque los demás dicen que eres así. Y si no eres fuerte, firme, y pleno conocedor de tí mismo, entonces, llegarás a perderte en esa noción de tí. La externa. La construida por los demás.

Por eso, desde que tengo uso de razón, miro dentro de mí. Para construir la noción de mí que más se aproxima a quién soy de verdad. No la que los demás quieren, dicen, desean, o esperan que yo sea. La que soy. Sin más miradas que la mía.

Y en ese mirar mío, lucho todos los días. Para encontrar la mirada honesta. Para dejar de lado la mirada de la imaginación, la mirada amable. Porque la mirada honesta duele. Muchas veces. Cuando encuentro mis sombras. Cuando encuentro mis recovecos. Cuando encuentro mis huecos. Cuando encuentro todo aquello que no tiene cabida en la mirada amable.

Y en esa lucha, muchas veces, descubro, que, cuando cansada, dejo de luchar, viene la aceptación. Y después de la aceptación, la posibilidad de cambio. La posibilidad de intervención.

Y entonces, la noción de mí se modifica. Evoluciona. Crece. Hacia otra noción de mí, por descubrir. Por intentar. Por construir...

martes, 9 de noviembre de 2010

Lo extraordinario

Hay personas que, por sus circunstancias, viven lo extraordinario. A veces, durante largo tiempo. Y después, acostumbradas a lo extraordinario, no saben desenvolverse en la normalidad.

Una normalidad a la que consideran rutinaria, aburrida y vulgar. Una normalidad que no les hace sentir. Que no les hace ser. Que les hace sentirse inapropiados, inadaptados y vulnerables.

Y entonces, se dedican a buscar, desesperadamente, lo extraordinario. Todo aquello que les lleve a la marejada emocional, a la intensidad, a la lucha por la supervivencia, a sentirse vivos en lugar de muertos.

A veces, ese buscar es consciente, otras veces es inconsciente. Pero, siempre, es de forma desesperada.

Y desprecian la vida normal de todos los días. El estar en una rutina previsible y cómoda. El ser alguien normal. Porque ellos no son normales. Ellos son extraordinarios. Especiales. Exquisitos. Aunque esa exquisitez consista en estar al borde de la muerte.

Porque lo importa no es estar al borde de la muerte. Lo que importa es ser capaz de superar la circunstancia. Es ser capaz de haber sobrevivido. Es eso lo que les hace especiales. Lo que les hace diferentes. Lo que les da valor como personas.

Probarse en lo extraordinario, en el límite más límite, y volver para contarlo. Sobre todo, a sí mismos. Y quizá, después, en alguna ocasión, a los demás.

Y cuando se sienten de capa caída, buscan en sus recuerdos, en su imaginación, aquellos momentos donde casi volaron, donde casi murieron, donde casi fueron divinos, para recuperar su valía, su esencia de seres especiales.

Vulnerables y sensibles, nunca admitirán que ponen en riesgo su vida. Sólo dirán, con timidez, que fueron capaces de superarlo.

Mira quién soy, alguien que ha sobrevivido. Alguien con una historia extraordinaria, que, en lugar, de destruirme, me ha hecho más fuerte...

...esa es la cara y la cruz...de lo extraordinario...

lunes, 1 de noviembre de 2010

Niebla

Me gusta la niebla. Me gusta la sensación que deja en las pupilas, en la garganta, en la piel...y en el alma...

Sobre todo, la sensación que deja en el alma. Una sensación de que todo y todos estamos conectados, y a la vez, separados. Los límites se difuminan y pareciera que se pudiera ir al infinito y más allá, cabalgando sobre ella. Y sin embargo, nada está tan separado de nosotros, como cuando hay niebla.

Te deja sin la certeza. Te deja con la ambigüedad. Con el misterio. Y es eso lo que me atrae. Obligados por nuestro mundo a buscar la certidumbre, nos olvidamos del misterio. Nos aterra la incertidumbre. Y vivimos obligados a buscar y tener todo bajo control. Todo planificado. No hay espacio para la magia y el misterio.

Y a mí, como rebelde, me atrae todo lo prohibido. Todo aquello que vaya en contra de lo estipulado. Todo aquello que escandalice y que de miedo. Todo aquello que esté fuera de la normalidad y de la norma. De lo planificado y controlado. De lo certero.

Siempre, cuando hay niebla, salgo de mi guarida, a la luz de la luna, a invocar el misterio. A cultivar la intuición. A ver dónde me lleva esta vez.

Y me entrego sin condiciones, rendida a la aventura. Y entonces, sueño.

Sueño que la niebla se convierte en un caballo blanco que me lleva lejos, muy lejos, allá donde yo, dejo de ser yo. Donde los otros, dejan de ser los otros. Y somos todos la misma cosa.

Una sola cosa...una niebla que se extiende por los confines del mundo...y poco a poco se disuelve en él...para llegar a no ser...otra cosa más...que el propio mundo...

domingo, 24 de octubre de 2010

El rumbo a favor

Como marino, siempre busqué el rumbo a favor. Era aquél rumbo que me hacía ir más rápido que los demás. Que me hacía evitar los problemas, las dificultades.

Si encontraba alguna ráfaga de viento racheado, enseguida viraba a babor, o a estribor, daba igual, el caso era evitar la dificultad. Y volvía a virar hasta que volvía a encontrar el rumbo a favor.

Era una forma de vida agradable. Siempre sin objetivos concretos, o mejor dicho, con el único objetivo de no sufrir. A toda vela, rumbo a lo desconocido.

Porque, claro, la decisión de buscar siempre el rumbo a favor, implicaba que mi objetivo final no era decisión mía, era aquél sitio donde terminara después de seguir el rumbo a favor.

Y eso tenía muchas ventajas. Quizá, la más importante, era la no responsabilidad sobre el resultado. Mi única responsabilidad era elegir el rumbo a favor, no sufrir. Y en consecuencia, todo lo derivado del cumplimiento de esa condición, no era responsabilidad mía. Eso era lo que yo pensé durante mucho tiempo. Qué iluso.

No me dí cuenta hasta que fue demasiado tarde. No me dí cuenta de que perdía mi vida y mi crecimiento como persona, evitando el sufrimiento. No me dí cuenta de que había consecuencias para otros, de que había consecuencias para mí.

Y cuando me dí cuenta, ya estaba demasiado instalado en mi rutina. Ya no sabía enfrentar las ráfagas. No sabía navegar en medio de una tempestad. No sabía navegar en marejada, ni en marejadilla. Y cuando no hubo viento a favor, cuando no lo pude encontrar, de ninguna forma, el miedo me engulló y se me clavó en las entrañas.

Y entonces, caí al mar. Y desesperado, intenté buscar la corriente rápida que me llevara a la orilla. Instintivamente, busqué en el mar aquello que siempre había buscado en el viento. Y el mar me tragó y me llevó a sus oscuras profundidades. Y de allí, no pude salir.

Porque de la oscuridad del mar y de su profundidad no se sale. Te enreda por los pies, por los pulmones y por la garganta, y en segundos estás en sus redes, por siempre y para siempre.

Y ahora que es tarde para mí, escribo desde las profundidades del gigante azul, para avisaros, para deciros, para recomendaros...que, quizá, no siempre es favorable... seguir...el rumbo a favor...

martes, 12 de octubre de 2010

Oscuridad

Soy oscura y trágica. Soy intensa. Soy oscuridad total. En mi corazón no hay espacio para la alegría. Sólo para la melancolía. Sólo para la desesperanza. Sólo para el sufrimiento.

Si me dices que la vida es bella, yo te responderé que es sufrimiento. Si me dices que la vida es alegría, yo te responderé que la vida es trágica.

Y si tú no ves el sufrimiento y la tragedia, es que no eres de este mundo. O al menos, no eres de mi mundo.

Porque en mi mundo la tristeza es la ley. La sangre es intensa y el dolor también. A veces, todo está teñido por la sangre y por el dolor. El dolor se hace inmenso, colosal, estratosférico, galáctico. Hasta que, soportando tanto dolor, dejas de sentirlo.

Entras en un estado de inconsciencia, de oscuridad. Y te sientes y te percibes oscuro. Negro. Con el corazón negro y el alma negra.

A veces me gustaba definirme así, alguien que tiene el alma negra. Y procuraba vestirme de negro. Y procuraba que mi tez fuera blanca, blanquísima. Y mis labios muy rojos. Y la cabeza baja, ya que mi vergüenza me impedía mirar a los demás a la cara. Yo era alguien que no merecía nada.

Estaba condenada a vagar por la oscuridad, castigada a no soportar la luz. Y a fuerza de estar en la oscuridad, dejé de sentir. Dejé de ser vulnerable. Me hice invulnerable y me fabriqué una máscara perfecta. De ésas que te aseguran el triunfo en el teatro de la vida.

Y vago por la vida, emulando a alguien que no soy. Mi máscara es el títere de mí mismo. Y menudo títere. Cuasi perfecto, lleno de ventajas. Parece exitoso. Parece deseable. Parece bello. Parece inaccesible.

Ayuda a guardar la distancia justa hacia los demás. Ni muy lejos, ni muy cerca. Seguramente, habrá quien quiera estar más cerca. Y seguramente, habrá quien quiera estar más lejos. Pero creo que son los menos. Es un equilibrio perfecto. Ni más ni menos.

Pero esas ventajas se quedan pequeñas, ante las mayores de todas. Me permiten ocultar mi realidad. Mi tremenda oscuridad. Mi tremendo dolor. Mi intensidad y mi fuerza.

Y así paso los días en el teatro de la vida. Ocultando al mundo quien soy y ocultándomelo a mí misma. A ver si practicando la ocultación, llega un momento en que pierdo la conciencia de mí. Ansío ser sólo mi máscara. Mi títere. El títere de mí misma. En ello pongo mi fuerza y mi alma.

Y sin embargo...cuanta más fuerza pongo, cuantas más ansias pongo en ser mi títere, tanto más termino siendo yo...tanto más termino siendo oscura...en la oscuridad de las bambalinas de mi teatro...

domingo, 3 de octubre de 2010

La tristeza

La tristeza es un traje que aparece de repente. Un traje que siempre queda grande. Que nadas y te enredas en él y que por mucho que quieras quitártelo, o al menos, hacértelo a tu medida, se te escapa.

Se te escapa de todas, todas. Da igual que elijas al mejor sastre. Da igual que tengas maestría en el vestir. Este traje es único. Único para que te pierdas en él, para que tus formas vayan desapareciendo sin más, hasta que de tí no quede ni un resquicio. Un día aparece, y cuando menos te lo esperas, de tí ya no queda nada.

Nada, salvo la percha que sujeta ese traje, que se ha hecho majestuoso, colosal, y que de ninguna manera se puede quitar. Tampoco se mancha. Cada día parece más limpio. Cada día tú eres menos tú y más ese traje que te diluirá hasta la nada.

Y a medida que se va haciendo un hueco en tí, tú te vas encogiendo en ese mismo hueco, hasta que un día el hueco es inmenso y tú has desaparecido dentro. Y la puerta no existe. El hueco es hondo y negro y por miedo, tú vas cerrando los ojos y la mente, y la lucidez, porque el miedo lo llena todo. Porque la oscuridad lo llena todo.

Y llega un momento en el que el hueco, de puro estar en él, se hace cómodo. Has dejado de pensar. Has dejado de tener miedo. Sólo sientes una extraña sensación de comodidad, donde antes sentías tristeza. Y todo pasa a cámara lenta. Y en voz baja. Con el sonido en bajo volumen. Pareciera que estuvieras rodeado de algodón y que el mundo estuviera lleno de algodón.

Seres de algodón en un mundo de algodón. Seres que habitan huecos. Seres que una vez tuvieron miedo y ahora viven anestesiados y trajeados, vestidos de tristeza, vestidos de algodón.

Y así pasan los días, lentamente, confusamente, en un estado de duermevela, hasta que el hueco ocupa todo el espacio y aquél que eras tú, desaparece, oprimido por el vacío hueco.

Se terminan entonces los seres de algodón, los trajes, el mundo de algodón, la anestesia, hasta que todo el espacio, y toda la luz, y todo el sonido y todo el mundo, se convierte...en un único y gran hueco.

El hueco originario y primitivo. El origen del todo y de la nada...y todo vuelve a empezar...y con ello...la tristeza...

domingo, 26 de septiembre de 2010

Desde dónde escribo

Escribo desde un lugar que me resulta cómodo. Tal vez demasiado cómodo. Me encanta refugiarme ahí, cuando el ánimo baja y yo siento que debo replegarme, refugiarme, meterme dentro, muy dentro. Encogiéndome entera, sin que quede ningún resquicio a la apertura. Me doblo entera y escondo mi cabeza en esa doblez.

Y es entonces cuando escribo. Son mis pensamientos y mi escritura lo único que sale al exterior. Lo único que me permito mostrar.

Y parece entonces que muestro mucho, aunque yo esté escondida. Parece extraño. Yo escondida, y sin embargo, más visible que nunca.

Porque cuando no estoy escondida, cuando estoy abierta al mundo, cuando no estoy en este rincón, en este hueco, encogida, entonces, no soy visible. Qué curioso.

Escribo desde este rincón que me permite estar segura. Y quizá por eso soy visible. Porque sólo en este rincón me encuentro segura. Fuera, me siento insegura. Fuera, me siento vulnerable.

Y aquí, en este rincón, soy invulnerable. Porque nadie sabe donde estoy. Porque nadie puede encontrarme. Porque nadie puede alcanzarme. Casi, ni siquiera, yo misma.

Aquí, me convierto en una extraña para todos, para mí. Aquí, siento que puedo volar. Aquí, siento que puedo ser libre. Puedo ir y volver donde quiera. Puedo inventar mundos extraños, simples, complejos, siderales.

Mi imaginación vuela y yo vuelo con ella, lejos de todo, de los demás y de mí misma. Y es ahí donde me siento yo. Únicamente ahí. Y sólo desde el sentimiento de ser yo, escribo.

Todo lo demás, es irreal. Mi vida diaria, mis relaciones, mis pensamientos, mis sentimientos, todo lo que soy yo y todo lo que me hace ser yo en la cotidianidad, es un teatro. Una quimera. Que me come el tiempo. Que me come tanto, que a veces, no encuentro el hueco desde donde ser yo. Desde donde poder escribir. Y sentir. Y ser.

Y cuando lo encuentro, quisiera no marchar. Quisiera quedarme siempre, y escribir siempre y ser visible siempre. Quisiera estar en esta sensación tranquila y extraña a la vez, para siempre y por siempre. Pero no puedo.

Ése es el lugar desde donde escribo.

Desde la calma de ser yo misma y desde la tensión de no poderlo ser siempre. Desde la necesidad de ser visible y la necesidad de no serlo. Desde la seguridad de estar escondida y replegada dentro de mí misma y desde la inseguridad de no poder estar siempre.

Desde la voz que grita y sale del fondo de mi estómago y desde la cabeza que ordena mis pensamientos. Desde las emociones reprimidas y controladas, que se hacen legiones de letras, batallones de palabras y centenares de párrafos.

Desde el único lugar posible, en que puedo ser yo...

domingo, 1 de agosto de 2010

Libertad

Siempre se me llenó la boca con la libertad. La libertad individual era algo importante, fundamental, trascendental en mi vida. En mi vida tenía que haber por encima de todo, libertad. Y a ese principio fundamental, supeditaba todo lo demás.

Libertad de elegir. Libertad de actuar. Libertad para trabajar. Libertad para marchar. Libertad para disfrutar mi sexualidad. Libertad de pensamiento. Libertad social...libertad, libertad...

Y en aras de esa libertad, pasé la mayor parte de mi vida...en una cárcel inmensa que era aquella que determinaba esa...libertad que yo buscaba desesperadamente...

Y ahora que llego al final de mi vida, héme aquí que haciendo una mirada retrospectiva, de repente, me doy cuenta de que la libertad que buscaba afuera era una quimera, una falsa libertad que pretendía enmascarar la poca libertad que yo me concedía a mí misma...

...y yo me pregunto entonces, qué hacer para desandar lo andado, qué hacer para tener tiempo de probar, para tener tiempo de liberarme de mi cárcel interior, para tener tiempo de volar...para dar alas a la que verdaderamente soy...

...¿o será que tiene que terminarse el tiempo, para que cada uno pueda, por fin, conseguir la verdadera libertad?...

domingo, 11 de julio de 2010

Belleza

Qué será lo que nos pasa con la belleza, que nos deja inútiles para escuchar. La belleza nos inunda, se nos imprime en la retina y entonces dejamos de tener control, dejamos de pensar, dejamos de escuchar, dejamos de tener sentido común y sólo nos queda ser alguien que se perdió en la belleza que ve y que le conmueve hasta el fondo de su ser.

De nada servirá que el otro te diga nada. Nada de lo que te diga, nada de lo que haga, será tenido en cuenta, más allá de estar todo teñido por esa impresión que te trastornó y que te transporta a sitios donde crees no haber estado nunca...

Porque la belleza no es fácil de encontrar. No hablo de la belleza cotidiana. Hablo de la extraordinaria. De aquella que te transporta a otro mundo. De aquella que hace que el mundo y tú mismo se convierta en algo vulgar y accesorio. De aquella que te conmueve y te traspasa hasta el fondo de tu ser y te deja indefenso, a merced del que posee...esa belleza...

Y entonces, te puedes encontrar en situaciones diversas y paradójicas. Puede que el origen de semejante belleza esté buscando ayuda, o esté buscando un interlocutor, o esté buscando una víctima. En cualquiera de los casos, se encontrará con alguien que no puede ayudar, que no puede ser interlocutor y que puede ser la víctima perfecta, porque se encuentra transportado en un mundo de ilusión y de éxtasis...

...y que cuando sale del éxtasis, sale convertido en víctima o en verdugo. Verdugo de aquél que vino en ayuda y sólo encontró éxtasis; verdugo de aquél que vino en busca de un interlocutor y sólo encontró ensimismamiento; víctima de aquél que te vio indefenso ante su poder.

Y yo, hace tiempo que me pregunto, ¿qué hacer para no sucumbir a ese poder?, ¿qué hacer para que mi retina, mis ojos, mi cerebro y mi alma entera no se ilumine ante la sublime belleza?, ¿qué hacer para permanecer centrada en mí misma, ajena a todo aquello que mi alma considera bello?.

Probé distintas opciones. Probé a ir ciega por la vida. Probé a ir sorda. Probé a ir muda. Probé a no utilizar mi tacto. Pero siempre, me quedó el instinto. La intuición. O algo que no sé nombrar, pero que dentro de mí se movía desde el fondo, cuando en el afuera había algo que tuviera belleza.

Y aunque estuviera ciega, sorda, muda, inmóvil y todo lo que queráis, lo más adentro de mí misma se movía, sin piedad, y sin compasión...hacia la belleza...dejándome a merced de ella...

Y entonces, aquí estoy. Sin la respuesta. Pero..sabiendo...que dentro de un tiempo incierto...seré víctima...o...verdugo...

domingo, 16 de mayo de 2010

Los mundos que percibo

Me dí cuenta un día. De repente. Aunque sabía que ese de repente tenía una sombra muy alargada, que se había gestado mucho tiempo atrás. Pero toda esa sombra, todo ese tiempo, se concentraba en ese instante preciso. De repente.

De repente, mientras escuchaba a alguien, su mundo personal se dibujó frente a mí. Entre él y yo, había un espacio intermedio. Un espacio donde su mundo se dibujaba. Donde su forma de entender el mundo quedaba al descubierto. Sus límites. Su profundidad. Toda su geografía, al descubierto.

Al principio me sorprendí. Pero después, todo era insospechado, misterioso y fascinante. Era increíble ver, cómo, a medida que mi interlocutor hablaba y yo escuchaba, el espacio entre nosotros tomaba forma. La forma de una geografía. La geografía de su mundo. Una geografía que ni siquiera él conocía.

Y estaba frente a mí. Ganando en profundidad y detalles a medida que pasaba el tiempo. Yo solamente tenía que escuchar y observar. Y entonces, lo más íntimo de él quedaba al descubierto. Y yo sabía entonces, si era un mundo pequeño y limitado, con pocos derechos y muchas obligaciones. O era un mundo intermedio, con principios poco claros y ansias de derechos no permitidos.

Y al mismo tiempo que la geografía de esos mundos se dibujaba ante mí, emociones distintas tomaban el control de mí. Había mundos con mapas pequeños, donde mi yo encogía hasta desaparecer. Había mundos con mapas grandes y de colores, donde mi yo lo único que quería era correr y correr, para no entrar. Encontré, así, mundos de todas clases, pero...

...nunca encontré uno hecho a la medida de mí. Y por mucho que busqué y por mucho que encontré, ninguno se parecía al que yo creía que era mi mundo. Pero, claro, era curioso, porque, a pesar de poder percibir y de poder disponer de las geografías de los otros...nunca fuí capaz de percibir y de disponer...de mi propia geografía...

Y he ahí el misterio que ha movido mi vida desde entonces. Busco y busco, anhelando encontrar la forma de volverme interlocutora de mí misma, para poder percibir y dibujar la geografía de...mi propio mundo...

domingo, 9 de mayo de 2010

Eternidad

La Reina de las Nieves volvió. Volvió y esta vez con más fuerza. Me abrazó y en su abrazo, congelada me quedé. El corazón se me heló y y mi mirada quedó sin brillo. Y yo quedé sin voz.

Y así, congelada, me raptó a su castillo, castigada a escribir la palabra "eternidad". Y cada letra de esa palabra se me atragantaba en la garganta y se me pegaba en los dedos, sin querer despegarse de mí y pasar a formar parte de otra realidad que no fuera yo.

Y yo luchaba y luchaba para que esas letras salieran de mí y formaran otra realidad. Otra realidad en la que mi corazón dejara de estar congelado. Otra realidad en la que la "eternidad" no existiera.

Porque las palabras parecen simples, inocuas. Pero no lo son. Configuran la realidad. Nuestra propia realidad y la realidad de fuera. Y una sola palabra basta para configurar un mundo.

Y a mí, la palabra eternidad, impuesta, me oprimía y me asfixiaba, pegándose a mi cuerpo y a mi alma, sin dejarme un solo resquicio para la lucha...y para el crecimiento...para la libertad, para el amor...y para el deseo...

...y desde entonces, aquí estoy, inmovilizada en la eternidad...por toda la eternidad...