domingo, 24 de abril de 2011

Entre el vacío y la oscuridad

Hay veces en la vida que sientes que estás en el vacío. Y otras, que estás en la oscuridad. Supongo que hay más opciones, pero casi siempre, yo me muevo entre estas dos.

Me gusta la oscuridad y me gusta el vacío. Porque ambas contienen promesas infinitas. Las que quieras y en la cantidad que quieras.

Y a mí me gustan las promesas de futuros luminosos y llenos. Las promesas de felicidad. Las promesas de crecimiento. Las promesas de cosas bonitas por empezar. La promesa de la percepción de la belleza, en las formas, en la sutileza, en el alma.

Sí, pudiera parecer que viviendo entre el vacío y la oscuridad, tu vida careciera de sentido y careciera de luz, pero no, no es así. Vivir entre el vacío y la oscuridad es vivir el presente con la promesa de un futuro por hacer, de un futuro por encontrar.

Y como nadie sabe cómo será ese futuro, te puedes quedar con la ilusión de lo que más desees, de lo que más anheles. Para eso está el vacío, ¿no?. No para sentir su agobiante sensación de nada, sino para sentir su promesa de poder ser llenado. Para eso está la oscuridad, ¿no?. No para sentir que todo está oscuro, sino para saber que puede ser iluminada de mil maneras, revelada de la forma que quieras.

Sí, eso es para mí estar entre el vacío y la oscuridad. Saber que, sin tener la certeza, existe la posibilidad de poder llenar los huecos y de poder iluminar la oscuridad.

Sí, sé que sólo depende de mí. Sé, que por mucho que mi vida se mueva entre el vacío y la oscuridad, ésa, es una posición de ventaja, porque siempre podré luchar, siempre tendré esperanza...ya que siempre estará todo por llegar...

domingo, 3 de abril de 2011

Privilegiados

Pertenezco a ese pequeño porcentaje de seres privilegiados. En todos los sentidos. Aunque muchas veces piense que no. Aunque muchas veces mis sentimientos y emociones me lo hagan ver todo negro. Entonces, lucho contra la oscuridad recordando mis privilegios.

Privilegios que la mayoría de los que los tenemos no somos conscientes. Pasamos por el mundo quejándonos de todo y de todos, sin saber, sin entender, sin vivir en nuestras carnes, todo aquello que hace que haya otros que no son privilegiados.

Exigimos mínimos. De todo lo que se nos ocurra. Y torcemos el gesto cuando no los obtenemos. Qué relativa es la vida. Unos exigiendo mínimos y otros intentando sobrevivir con una milésima de nuestros mínimos.

Y vivimos cautivos de nuestros pequeños mundos de mínimos, confortables y seguros, sin querer ver. Porque ver de verdad, implica demasiadas cosas. Implica cuestionar muchos mínimos. Implica, de verdad, darnos cuenta de qué significa ser privilegiados. Percibir la tremenda realidad.

La tremenda trampa de este mundo humano, que nosotros, los humanos, construimos para vivir. Tejido con los hilos que la naturaleza nos otorga, a condición de mantener equilibrios. Porque el mundo y la vida se tejen de ellos, de sutiles equilibrios.

Esa la maravilla y esa es la miseria de la realidad. Mantener el equilibrio obliga, necesariamente, a que existan los privilegios y los privilegiados. Y a que existan aquellos que no lo son. Para que alguien evolucione, otro debe morir. Esa es la verdad de nuestra realidad. Esa es la verdadera maquinaria de la naturaleza. Muerte y vida entrelazada, sin posibilidad de ruptura.

Y aunque, cuando de verdad, tú te hayas dado cuenta de tus privilegios, y quieras cambiar, de alguna manera, la suerte de los otros, el sutil mecanismo del equilibrio, te llevará, sin remisión de causa, a morir por ello. De alguna manera. Irresolublemente. Y sin dándote cuenta de eso, das marcha atrás, sin querer, habrás condicionado tu vida y tu alma. Simplemente por haberte dado cuenta, de verdad, de lo que significa tener...privilegios...