domingo, 6 de marzo de 2011

Apatía

Qué sería de nosotros sin la sensación de apatía. Sin esa sensación que te deja en tierra de nadie, en una tierra que está lejos de tí mismo y lejos de los demás. En una especie de nebulosa y de sombra, donde todo lo que tienes que hacer, es no hacer nada.

Tu mente y tu espíritu se llenan de niebla y tu yo desaparece por algún misterioso rincón, que no he acertado a encontrar.

Y mientras tu yo emprende viaje a lo desconocido y tu cuerpo, tu alma y tu espíritu se llenan de sombras y de melancolía, en algún remoto lugar, una parte de tí, sin embargo, sigue vigilante.

Vigilante en la duermevela de tu espíritu. En esa duermevela que te permite alejarte del sufrimiento, de la carencia, de la realidad que no te gusta, de los demás...y de tí mismo.

Y pasado un tiempo, esa parte vigilante, y sabia, de tí mismo, te hace volver, lentamente, por ese mismo camino y por ese mismo rincón por el que te fuiste. Y vuelves más lleno de vida, más lleno de tí mismo y de luz, de energía y de ganas.

Y el sufrimiento lo transformas en motivación, y la carencia en abundancia, y la realidad parece que te gusta, y los demás...vuelves a intentar el acercamiento a los demás, a ver si esta vez se te da mejor. A ver si esta vez, puedes aprehender algo de ellos que no sólo sea ilusión.

No sabes dónde fue tu yo, por qué caminos transitó, qué experiencias vivió, y sin embargo, ese camino oscuro al que le llevó la apatía, de repente se convierte en un camino de luz.

Cara y cruz de la misma moneda. Sin luz no hay sombra y sin sombra no hay luz. No hay caminos de luz sin transitar por la sombra y no hay caminos de sombra sin transitar por la luz.

Y aunque en el fondo de nuestra alma llevemos esa sabiduría, nos negamos a reconocerla, a aceptarla. Preferimos los altos y los bajos del camino, y nos abandonamos al éxtasis y al sufrimiento, porque necesitamos...la apatía...

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