domingo, 19 de abril de 2009

Anestesia

Durante años viví anestesiado. Viví congelado. Porque para poder seguir viviendo, me fué necesario replegarme a lo más hondo de mí mismo. Tuve que refugiarme allí. El dolor era demasiado intenso. Y una vez que encontré el hueco, allí me escondí.

Durante años quedé en mi refugio. Escondido de todos y de mí mismo. Así estaba a salvo. De mí mismo. De los demás.

Y así, me acostumbré a vivir. Anestesiado y escondido. No había alegrías. Pero tampoco había decepciones. Y sobre todo, no había dolor. No había vulnerabilidad. Estaba fuera del alcance de los demás. Y de mí mismo.

Agarrado a mis rutinas, pasaban los días. Todos iguales. Mi cuerpo anestesiado casi no respondía a los estímulos exteriores. Mi mente anestesiada tampoco respondía. Había conseguido la inmunidad. Y así, viví. Anestesiado de cuerpo, mente y alma. Ausente de la realidad que no me gustaba. Ausente de los demás que me hacían daño. Y ausente de mí mismo, al que no sabía gobernar.

Hasta que llegó un día en que, de repente, algo de mi rutina se alteró. Al principio no me dí cuenta. Pero aquella alteración infinitesimal terminó alterándolo todo. Y yo me encontré en el vacío. Obligado a hacer algo para que mi rutina volviera.

Me costó, pero solamente pensar que podía perder mi rutina, me empujaba hacia delante a luchar como una fiera. Y en esa lucha, produje otra alteración, que provocó que todo se volviera del revés. El desastre era mayúsculo. Las condiciones que conformaban mi rutina diaria se habían esfumado. Y yo necesitaba, desesperadamente, que volvieran.

Luché y luché. Y en esa lucha angustiosa, cuanto más luchaba, más se alteraba todo. Y yo seguí y seguí, persiguiendo encontrar la llave que hiciera volver mi rutina. Pero todo fué inútil. Caí agotado al suelo e incapaz de levantarme, decidí abandonarme a mi suerte.

Cuando desperté, todo había cambiado. Y entonces, recordé, que para establecer mi rutina tenía primero que sufrir. Asi que, me levanté, y decidí salir de mi escondite. A pecho descubierto, para abrirme al mundo. Para sufrir...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

VOLVER con el DUQUE de RIVAS

Que dice en algún momento de su poema UN CASTELLANO LEAL
....
No profane mi palacio
un fementido traidor
que contra su rey combate
y que a su patria vendió
....

Pues eso , que el pasado no profane nuestro presente , no nos haga combate y nos deje buscar libremente el futuro.

Es un deseo y una esperanza.

Fdo.- Argonauta.

Anónimo dijo...

El dolor es un sentimiento ajeno a la humanidad que se hizo una chabola en La Tierra y ahora la alquila por temporadas a los que vivimos en ella.
Con el beneficio que obtiene va agrandando el "negocio" y ahora ya tiene una mansión. De tí, de mí y del otro depende que esa mansión se siga agrandando o no.

En el Contrato de alquiler dice:

SE ALQUILA PALACETE
HORAS DE VIGILIA
INDISPENSABLE:
-CONMOCIÓN CEREBRAL


FLASH
2 Mayo 2009

Anónimo dijo...

Esto es un tema complejo, del que se han escrito multitud de tratados, pero todos se van descolgando de las personas, porque en realidad si que es cierto que el dolor anestesia la vida de las gentes. Y como en todas las emociones, se pueden alcanzar cuotas inusuales de él. Una vez alcanzado el valor máximo empieza el descenso y el declive.
En este momento es cuando hay que saber dosificar lo que antes se acumuló, si no caes en lo más hondo del dolor, en el declive; de tal forma que ya no te afecta nada. No te afecta ni la VIDA que es el bien más preciado que tiene el hombre.
Por otra parte, tampoco sabemos como sabe el dolor, nuestro dolor, ni el dolor de nuestros hijos Que como bien dice Victoriano Crémer en uno de sus poemas:
"Tiene sabor a junco verde por la sangre..."
Ni el dolor por el recuerdo que una vez pronunciado pasa a ser, eso, un mal recuerdo. Ni el dolor...
pero también pienso que se necesita un cierto grado de dolor para seguir adelante, para experimentar que estás vivo, para darle éxito a tus proyectos y para que se establezca esa simbiósis que junta la biología con lo inerte de la vida.
El dolor también nos hace crecer y nos eleva un grado por encima de la amargura, no dándole opción a esta última a provocar el desastre que lleva consigo, ya que vive parejo con la rutina. Y aunque la rutina no es ni buena ni mala, es eso rutina, también puede ahogarla entre las telas de su propia palabra. Y ahí es cuando el dolor se transforma en sufrimiento.
Una vez que el sufrimiento se incorpora a tu vida, ya no tienes una vida, ni siquiera un sufrimiento: tienes:
"Una VIDA que sufre"
Y eso no es ni medio bueno.

"El solor es una sensación que anula la voluntad.
la voluntad es la parte que afirma la personalidad de las gentes. Sin voluntad, la personalidad desaparece.
Con dolor y sin personalidad:
¿Cómo sería la vida?.
¿En el planeta podrían vivir sus gentes?".

Rocío del Alba
6 Mayo 2009