domingo, 3 de enero de 2010

El hombre que no sabía quién era

Soy un hombre que no sabe quién es. Mis límites no están claros. Me refiero a los límites de mi yo. Tengo claros mis límites corporales. Pero el resto...no los tengo claros...

Siempre pensé que era un poco raro. Desde pequeño podía percibir la energía y el estado de ánimo de los demás. Es más, si estaba algo de tiempo con ellos, me empezaba a sentir como ellos. Si estaban alegres, yo estaba alegre. Si estaban tristes, yo estaba triste.

Era capaz de percibir todos los matices de su yo en su voz, su energía, su postura corporal. Y a medida que fuí creciendo, una fuerza tremenda me impulsaba a diluirme dentro de ellos. Una fuerza desconocida hacía que, cuanto más tiempo pasaba con una persona, tanto más mi yo se diluía en su yo.

Comenzaba por mi estado de ánimo, cambiando al estado de ánimo de la persona que tenía enfrente. Y luego, seguía mi corporalidad. Y luego, mi tono de voz. Así...hasta que yo me convertía en el otro, imitando incluso sus gestos. Y si había pasado el tiempo suficiente con esa persona, entonces, yo pasaba un tiempo suplantado por la manifestación del yo de la otra persona.

Darme cuenta de lo que me sucedía, me llevó mucho tiempo. Mucho tiempo de auto observación y grandes dosis de sinceridad conmigo mismo. A nadie le gusta descubrir que diluye su yo en el yo de otro...¿qué hacer?...¿por qué me sucedían estas cosas?...¿cómo podía entonces conocerme a mí mismo y saber quién era?...

Porque si algo tenía claro, era que quería dedicar mi vida a saber quién era yo. Pero...¿cómo hacerlo, si mi yo se empeñaba en ser otro en cuanto otro pasaba por su lado?...¿era aislarme la solución?...si estaba a solas conmigo mismo, mi yo no encontraría un otro en el que diluirse...siempre se encontraría consigo mismo...y entonces, ¿qué pasaría?...

Decidí probar...y decidí ser solitario. Obligaría a mi yo a permanecer conmigo el tiempo suficiente como para que pudiera conocerle. Debo reconocer que al principio me costó la soledad. Sentía una necesidad imperiosa de relacionarme, de salir, de hacer cosas. Pero poco a poco, encontré que se podía habitar la soledad. Y después de habitarla, obtienes paz. Pero no obtienes experiencia, no estás expuesto y por tanto, tu yo no se manifiesta en todo su esplendor.

Entonces volví a salir. A relacionarme. Y todo el mecanismo de transformación de mi yo en otro volvió a ocurrir. Le costaba más tiempo, pero siempre terminaba ocurriendo. Y yo me sentía perdido. Porque mis estados de ánimo dependían de los demás. Porque mis gestos dependían de los demás. Porque toda mi actuación visible frente a los otros, dependía de los otros.

Y vago desesperado por la vida, intentando encontrar un equilibrio entre la soledad y la cercanía de los otros. En la soledad mi yo se repliega y en la cercanía de los otros, mi yo se disuelve. Y entre el repliegue y la disolución, debe haber un punto intermedio...aquél donde un hombre que no sabe quién es...encuentre un instante de asueto y tranquilidad...para mirarse a sí mismo, cara a cara...pero...¿alguien sabe dónde está?...

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