domingo, 17 de enero de 2010

Fortaleza y templanza

Durante muchos años creí que había cultivado la templanza. Que a fuerza de resistir y de ser fuerte, había conseguido superar mis circunstancias. Pero, un día, esa creencia se cayó de golpe y yo descubrí que era un gigante con pies de barro. Alguien que construyó un castillo en el fango.

Darme cuenta de eso me produjo mucho dolor. Pasado el dolor, entendí entonces por qué nunca había conseguido disfrutar plenamente de las cosas que había conseguido. Y por qué, a pesar de que creía que había conseguido el equilibrio en mis emociones, mis dientes estaban apretados y mi cuerpo en tensión. Y...siempre necesitaba más...

Y después de entender, me puse a reflexionar. ¿Qué era aquello de la fortaleza?. ¿Para qué me convencí de que era fuerte, casi invulnerable?. ¿Qué era aquello de la templanza?. ¿Dónde estaba el equilibrio?. ¿Qué significaba el fango?. ¿Qué estaba tirando de mí, hacia abajo?.

Y un día, después de mucho reflexionar y de mucho pensar, y de mucho preguntar, y de mucho conversar con los demás, de repente, me dí cuenta...

...y dónde yo veía fortaleza e invulnerabilidad, había el deseo de no mirar mis heridas...y dónde yo veía templanza, en realidad había represión y bloqueo...

De nuevo, fue doloroso darme cuenta de que me había estado engañando a mí misma. Había querido construirme a mí misma negando aquello que era parte de mí. Quise inventar un yo, olvidando quién era.

Y aquella que yo era, era alguien herida, alguien bloqueada, alguien que reprimía aquellas emociones que le producían las heridas...y las disfrazaba de fortaleza y de templanza. Y lo que me tiraba hacia abajo, era aquella parte de mí que yo no quería ver y que había querido olvidar, pero que ahí estaba, porque ésa y no otra, era yo.

Aceptar aquello que no quise ver durante muchos años fue de nuevo doloroso. Pero esa aceptación, dio paso a la posibilidad de desarrollar en mí, la verdadera fortaleza y la verdadera templanza...aquella que nacía de lo más profundo de mí misma...

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡¡¡ O L É !!!!!!!!!!! ¡¡muy Bello!!

¿pero....tener que aceptarse como uno es...¿tiene siempre que causar dolor? o más bien perplejidad, alegría, esa que tiene el arquólogo cuando realiza un descubrimiento por muy pequeño que sea, pero que le permitirá trabajar durante años. Es que el descubrimiento de algo de uno mismo tiene que pasar sistemáticamente por nuestro filtro y juicio de valor ...¡¡que lo cruje todo!!

El barro ese fango del que hablas es el más ancestral de las materias para crear unas obras bellísimas, (sin comentar que se supone que Dios creo el hombre con barro, ¡y le salió como le salió!)

Hasta que no se sequen las lágrimas, o sea el agua, no se consigue que el peso de la materia se sostenga, y la obra no se tiene en pié. Si la secas con medios artificiales, se resquebraja, solo con la temperatura adecuada y unos paños, húmedos se va secando adecuadamente. Para conseguir el equilibrio de los escorzos se añaden apoyos externos o internos, que nada tienen de malo, son simplemente necesarios para que la figura se sostengan. Son las limitaciones de la materia. Quitar los apoyos y pretender que se sujeterá la figura es autoengaño. Y cierto es que en los multiples intentos por combatir la materia, cada caída de la obra es una frustración...hasta que aceptas las limitaciones de cada materia.

Y cuando trabajas con materias más aparentemente flexibles, como la cera, si se funde con el calor, se transforma la apariencia, aunque la materia sigue siendo la misma. Pero si a ello le añades agua la cera explota. Es decir que el calor o el amor pueden transformar la cera mientras que las lágrimas la destrozan completamente.

Será porque he trabajado mucho con el "fango" que tengo una visión diferente de lo que se puede conseguir con él si sabes cómo tratarlo¿?

msv
sorry por los desvaríos